JEP: IN MEMORIAM

Me acuerdo... no me acuerdo... Ya no habrá más memoria de la ciudad de México de aquellos años; de la ciudad-coloso, tan monstruosa y amada, donde se reúnen en permanente contradicción todos los esplendores y todas las miserias de este otro país, el de ahora, tan marchito y devastado. Acabamos de perder al último de los grandes poetas / narradores de lo mexicano en el siglo XX. Queda viva, en cambio, toda la memoria-invención que nos legó en sus poemas, en su prosa y en su inmaculado oficio de traductor.
José Emilio Pacheco (JEP, para sus íntimos), murió la tarde del pasado domingo 26 de enero y la punzada de la noticia ha sido como un fino alfilerazo al corazón. Fue mi amigo desde la pureza de sus libros, desde el diálogo con la página impresa.
Lo primero que leí de él fueron los seis cuentos reunidos en El principio del placer, pero el texto que más me marcó de joven es Las batallas en el desierto (1981): esa novela corta en la que el inolvidable Carlitos, alumno de primaria en un colegio mariano, emprende su iniciación a la vida al enamorarse de la madre de su mejor amigo en un relato que retrata con melancolía infinita el mundo de la clase media del sur de la ciudad de México (igual la colonia Roma donde vivió JEP que la Del Valle donde me tocó crecer), pero que también registra despiadadamente los cambios sociales, políticos y económicos en ese México de los años cincuenta, cuando el régimen de Miguel Alemán anunciaba una modernidad progresista que nos hemos quedado esperando durante setenta años desde entonces. Los pequeños gozos y las largas agonías de mi generación están plasmadas en ese texto. La pérdida de la inocencia y el despertar del amor en un mundo sembrado de apariencias, disimulos, egoísmos y esperanzas sociales inciertas.

¿Qué voy a hacer sin tí?
Releerte, desde luego.
Si "el fulgor abstracto de la patria es inasible", ahora tú mismo te has vuelto demasiado etéreo para amarte, si no es a través de tu prosa y tu poesía, las dos poderosa y significativamente minimales, económicas, certeras.
Más allá de esos dos ámbitos, sólo puedo reiterarte mi admiración más agradecida por tu privilegiada vocación de traductor. Jamás he vuelto a encontrar una traducción tan briosa y emotiva como la que dedicaste al De Profundis de Óscar Wilde en la irreemplazable edición de la editorial española Muchnik, de 1984. Quizás te gustará saber que ese ha sido, por cierto, uno de los libros que más presté y compartí a amigos y conocidos antes de que desapareciera en algún momento, a fines de los años noventa.

Lo cierto es que con la partida de JEP se ha extinto el panteón nacional de las grandes vacas sagradas de la poesía del siglo XX. Hace un par de días, en su cuenta de Facebook, el escritor Sergio Julián Monreal escribía sucintamente: Se murió el último viejo sagrado. Ahora sí, oficialmente, la poesía mexicana se ha quedado huérfana
Así es. Juan García Ponce murió en 2003, Alí Chumacero se fue en 2010, Rubén Bonifaz Nuño en enero de 2013, Juan Gelman apenas el pasado día 14.
Aún nos quedan Eduardo Lizalde, Gabriel Zaíd, Ramón Xirau, el jarocho Francisco Hernández, Coral Bracho, el michoacano Homero Aridjis... y no muchos más, aunque todos pertenecientes a una pléyade valiosa, pero menor.
Para abrir este post he elegido un clip con el discurso de JEP en 2011, en el Colegio Nacional, al recibir el premio Alfonso Reyes. Es un notable retrato de su lucidez y de su sentido del humor.

Cerrada su vida bajo el sello del tiempo, importa entresacar lo que su obra tiene qué decirnos en este momento preciso. Quién no se asombrará al releer Morirás lejos y encontrar en sus entrelíneas un discurso y una crónica de inusual virtuosismo en torno a la crueldad implícita en el acoso y la persecución. Improntas universales de una violencia que nos toca en lo más vivo, en lo más doliente. De este horror, prefigurado en muchos otros de sus textos y concretizado en la realidad que habitamos hoy, ¿quién puede tener nostalgia?