La ópera descuartizada

Un Mackie superstar

Cuando el diablo está satisfecho es una buena persona.
Jonathan Swift

EN VIDEO / La ópera descuartizada


No hay que darle mucha vuelta. Mackie Navaja (José Luis Huerta) es como Don Gato (Hanna & Barbera, 1961): un pobre diablo con carisma; un lumpen de buena estrella. Este guapo de barrio a la Pedro Navaja (Rubén Blades, 1978, quien se inspiró en Mackie para su famosa balada salsera) es un malhechor de baja estofa que se mueve en un submundo de juegos de poder infinitamente mimetizados en la pobreza del arrabal.
Pero en un mundo así los problemas para Mackie no provienen de sus riesgosos negocios con tan finos especímenes, sino de su mala pata al seducir y casarse en secreto con la blonda Polly Pichón (Tania Orozco), hija de uno de los padrinos del barrio, J. Jeremías Pichón (Santiago Hernández), quien liderea a una mafia que trafica con mendigos.
Entre su romance con Polly y sus amoríos con la prostituta más exitosa del lugar (Yesenia Barajas), Mackie se gana la enemistad de Jeremías y es objeto de acosos y traiciones que finalmente lo conducen a la cárcel y lo ponen de cara ante la mismísima pena de muerte. En el último momento, sin embargo, nuestro anti-héroe recibirá el indulto del gobernador, en plena y ambigua “fiesta nacional”, ya que en un mundo como este son imprescindibles los malandrines como Mackie.

UNO
Ya se habían tardado, pero al fin lo han hecho. Mackie Navajas llegó a Morelia de la mano de la Ópera Descuartizada (Alfredo Durán, 2011), que es un espectáculo en el más puro sentido de la palabra… tal como en su momento ha sido un espectáculo la versión local de Jesucristo Superestrella.
Sin embargo, “espectáculo” no es sinónimo de teatro, y ya tendremos tiempo de confirmar esto a lo largo de la presente muestra. Por lo pronto, este es un primer deslinde. Con la Ópera Descuartizada, que es el trabajo con el que dio comienzo la Muestra Estatal de Teatro Michoacán 2011, estamos ante un musical que acude a una de las fuentes refundadoras del género en el siglo XX, pues toma como punto de partida la Opera de los Tres Centavos (Bertold Brecht y Kurt Weill, 1928), cuyos hallazgos escénicos, debidamente expurgados por Broadway, conducirían a una explosiva “edad de oro” en el gran revival de la comedia musical norteamericana de mediados del siglo pasado.
A pesar de ese poderoso referente, los valores escenográficos, coreográficos, de maquillaje y de vestuario de esta versión moreliana se comen, literalmente, a los valores musicales y actorales. El resultado son noventa minutos de mucha, muchísima pirotecnia visual, pero de contenidos netos más bien pobres.
Desde mi punto de vista, la cuestión de fondo tiene que ver con una actitud que subyace a las intenciones paródicas y satíricas de la versión de Alfredo Durán. Se trata de un disimulo mal disfrazado. La Ópera Descuartizada procura respetar los fundamentos críticos del discurso de Brecht, pero los arropa tan glamorosamente (música totalmente popera; erotómanos atuendos de plástico sado-masoca, más pensados para incitar que para cuestionar; personajes excesivamente derivados de lo caricaturezco; trazos y maquillajes amaneradísimamente estilizados…) que la presunta crítica al capital o la supuesta conciencia social y de clase se convierten, ellas mismas, en una caricatura neutra e inofensiva, que no hace mella en nada.
Pero vayamos por partes.

DOS
Inspirada en la Opera de los Tres Centavos (el más famoso de los musicales concebidos por Brecht, al lado de su Mahagonny, durante su prolífica trayectoria al lado de Kurt Weill), la Opera Descuartizada es, en lo anecdótico, una somera revisión al personaje de Mackie Navaja y, en lo musical, una reelaboración pop a un tema que ha marcado un hito en la historia del jazz: la extraordinaria Mackie the knife, cuyas versiones de 1955, a cargo de Louis Armstrong, y de 1960, con Ella Fitzgerald, son sencillamente insuperables.
Por lo que atañe al primer punto, es decir, al personaje de Mack como significante anecdótico, la referencia más antigua se remonta al clérigo y escritor satírico irlandés Jonathan Swift, quien fue el primero en concebir una serie de situaciones que hablaran de duros temas sociales y cuyos protagonistas fueran ladrones, proxenetas y otras escorias de la Inglaterra de la época.
El padre de Las aventuras de Gulliver (1726) y de las deliciosas Historias de una bañera (1704) le formuló esta muy subversiva propuesta a su amigo, el poeta y dramaturgo John Gay, quien al lado del compositor John Christopher Pepusch se ocupó de problematizar el tema y crear La ópera de los Mendigos (o De los Limosneros, es decir: The Beggar’s opera), que se estrenó en 1728 y que todavía en nuestros días es una propuesta audaz por la manera en que satiriza a los poderosos y a los gobernantes, echando mano de personajes que los parafrasean pero que se mueven en los bajos fondos. Es en este trabajo donde aparece nuestro Mackie Navaja, que en aquella primera versión se llamaría simplemente Macheath y que tuvo la personalidad de una especie de Fantomas: un ladrón elegante, de finas maneras y excelentes gustos y modales.

Una perla como La ópera de los mendigos, que escarnece la pedantería del poder, ridiculizándola y reduciéndola a su naturaleza esencial de limosnera, no podía pasar desapercibida para un espíritu tan crítico e incisivo como el de Bertold Brecht, quien 200 años más tarde recuperó el material y decidió darle un nuevo tratamiento.
La adaptación recibió el nombre de Die Dreigroschenoper (que hoy conocemos universalmente por su traducción del inglés, La Ópera de los Tres Peniques), pero es injusto hablar de “adaptación”. En más de un sentido, Brecht y Weill configuraron una obra nueva, en la que el espíritu de la música y de las situaciones, así como su estilística, son otros. Sin ir más lejos, Brecht no acude al género musical por alguna pasión melómana, sino porque la estructura de cuadros y números musicales le permite llevar al extremo su famosa propuesta de rompimientos dramáticos, gracias a lo cual el espectador puede distanciarse de cuanto ve, remontar la sensiblería fruto de la identificación y pensar sobre cuanto está presenciando.
Por lo demás, es con Brecht donde Macheath pasa a llamarse Mackie Messer y de allí Mackie Navaja. En el transcurso, el personaje también pierde su categoría de ladrón elegante y se convierte en un carroñero de quinto patio que es mucho más cruel y siniestro que el original (no en balde Brecht y Weill lo apodan El Tiburón).
Y si la historia de Mackie y de sus metamorfosis llegara hasta aquí, probablemente podríamos aplaudir el ejercicio emprendido por Durán y los chicos reunidos en el Taller Épico de la EPBA que participan en el proyecto, junto con los integrantes del grupo La Catrina (Fabiola Cardona, con una excelente voz, Iván Garmendia y Julio César Ortiz, que se han ocupado de la música). Sin embargo, esto no es así. A partir de la propuesta de Brecht, el personaje de Mackie ha sido visitado y revisitado continuamente en los últimos 85 años, tanto en lo escénico como en lo musical.

TRES
En lo musical, hay que recordar que el tema Moritat von Mackie Messer (La balada fúnebre de Mackie Navaja), compuesto en 1928 por Weill, nació como una pieza fuertemente marcada por los ritmos sincopados del jazz de la época y por el espíritu sombríamente cabaretero que distinguió al genio musical de Weill. Su trabajo conserva un gran encanto, pero la balada recibió su tratamiento definitivo veintidós años más tarde, en 1954, cuando el compositor Marcus Samuel Blitzstein hizo un nuevo arreglo, que es el que todos conocemos y del que, en los años sucesivos, nos dieron versiones inmejorables Louis Arsmtrong (1955), Bobby Darin (1958), y Ella Fitzgerald (1960).
Luego de estas aportaciones, que fundaron lo esencial del tema, en 1976 apareció una nueva versión para Broadway, a cargo de Ralph Manheim y John Willett, de la que derivarían, mucho después, los tratamientos emprendidos por Sting y Nick Cave, e incluso por Lyle Lovett para la película Quiz Show (1994), en la que también se escucha, a modo de discreto homenaje, la versión de Darin durante los créditos de inicio.
Pero un seguimiento detallado sólo de esta canción da para un largo post y no es el caso. Baste citar por ahora, como aportaciones sustanciales al tema, el tributo que Jim Morrison y The Doors le hicieron al tema en su Alabama Song, hacia 1967 o la extraordinaria versión instrumental de Kenny Garrett de 1990 en su álbum African Exchange Student, que logra un tratamiento de enorme garra.
De una a otra, un momento estelar del tema lo protagonizó la banda de neo swing The Brian Setzer Orchestra, que en el 2000 logró la versión más vivaz y flexible de cuantas he oído, mientras que probadas estrellas como Robbie Williams se han quedado más bien cortitas a la hora de medirse con el clásico.
A contrapelo, la rockera Marianne Faithfull logró una versión muy interesante en 1997, porque el timbre y los registros de su voz ofrecen posibilidades tan insospechadas como bienvenidas.

Pero si lo musical tiene su historia, lo escénico no se queda atrás. Luego del estreno de 1928, el propio Brecht supervisó la primera de muchas versiones cinematográficas de esta anécdota: Die 3 Groschenoper (Ernst Busch Moritatsong 1931), de la que –bendito Youtube– pueden ver algo en este enlace.
En términos de puesta en escena, Broadway nunca ha abandonado esta obra y una de sus versiones recientes más interesantes es la que tuvo como cantante a Sting en 1989.
Por lo que atañe a nuestro hemisferio latinoamericano, la obra más interesante (porque resignifica toda la propuesta original en una versión chicana y con música de Los Lobos), es el Mackie Navaja de 2007, a cargo de la realizadora rosarina Kiti Cabruja (aquí el clip)
De cara a estas interpretaciones, La Ópera Descuartizada que nos brinda Durán se queda rezagada. Por ejemplo, en lo musical, el rock pop de La catrina no remonta la pureza genérica que logra Miguel Ríos en su versión del tema, también popera. En lo escénico, el conflicto entre el regodeo con lo sensorial y la necesidad de las rupturas “a la Brecht” crea un dilema insalvable, en el que la propuesta no llega a su cita.
Esto último es, me parece, lo esencial: No conforme con las rupturas naturales propuestas entre cuadros escénicos y momentos musicales, Brecht y Weill introdujeron en su clásico de 1928 las intervenciones del narrador (el Cantor callejero / Fabricio Gutiérrez, en la presente versión de Durán), con el fin de redondear el efecto de distanciamiento tan caro a la filosofía brechtiana. En La Ópera Descuartizada perdura esa estructura… pero los rompimientos propiamente dichos no se cumplen porque durante todo el trabajo se ven interferidos y bloqueados por el perpetuo y sobrado engolosinamiento de la dirección en la exquisitez de atuendos, estilizaciones de trazo y de maquillaje.
Bien visto, en el fondo el resultado de todo esto es, más que una presunta crítica a cualquier poder, la celebración monda y lironda a esa siniestra forma de gobierno paralelo que hoy reconocemos como crimen organizado en Michoacán y en el resto del país. Un festejo (voluntario o no) a esas estructuras que operan como un Estado dentro del Estado, con su saldo de incertidumbre, caos, violencia y muerte. Pero esto es un apunte extra-teatral.
En términos teatrales los actores no tienen grandes problemas porque lo que se pide de ellos son personajes de trazo muy grueso, “de brocha gorda”. Y crear una caricatura no es en absoluto difícil, especialmente si se emprende desde un tratamiento meramente formal. Los personajes, pues, resultan vistosos pero no son en absoluto profundos o bien dimensionados. De allí que no convenzan. Son apenas una colección de prototipos al servicio del sentido coreográfico que exige la faceta musical del trabajo.
Así comienza la Muestra Estatal 2011 en Morelia, y sólo las siguientes jornadas podrán decirnos si la Ópera Descuartizada es un ejercicio al que olvidaremos… o al que echaremos de menos.


RECURSOS EN LA WEB
Brecht en su tinta
Para quien desee consultar la dramaturgia original de Brecht a fin de avisorar qué tan propositiva es la versión moreliana, aquí pueden acceder al texto de La Ópera de los Tres Centavos.

EN VIDEO / Fernando Ortiz en entrevista