La actriz Daniela Fuentes Marín en el papel de Boris.

¡Atención! Una amistad ha sido olvidada. Que las estrellas detengan su curso y escudriñen cuanto ocurre entre los resquicios de la noche. Las sombras se han apoderado del arrabal donde vive el benévolo gato Boris (Daniela Fuentes, excelente) porque su mejor amigo, Federico Fetuccini (José Juan Villanueva, también perfecto) ha renegado de sus orígenes y de sus lealtades, cegado por la ambición.
Convertido en una celebridad, Fetuccini ha escalado la fama como cantante de ópera debido a un insólito privilegio: es “la única voz en el mundo que es bajo, barítono y tenor al mismo tiempo”. Lo que nadie sabe, ni siquiera su criado, Igor (Jaime Noguerón delicioso en plan fársico), es que ese don es una virtud prestada, algo que no le pertenece. Fue una noche, hace muchos años, cuando, en nombre de su amistad, Boris convocó al Espíritu de la Luna y obtuvo el Elíxir del Canto para dárselo a Fetuccini, quien desde entonces abandonó el callejón y se fue a conquistar el mundo, olvidándolo todo y a todos, incluido su mejor amigo.
Así comienza la historia de Fetuccini y de Boris: hablando de un olvido. Pero tal ingratitud no hará sino empeorar conforme se desarrolla la anécdota.
¡Atención! Una amistad está a punto de ser traicionada. Que la luna tutelar de los felinos disuelva su sonrisa de guadaña y tome nota de las decisiones que hilvanan suertes y destinos en el mundo de los gatos. Han pasado siete años desde que Fetuccini se fue. Siete, en los que el solitario Boris deambula por un mundo que ha perdido su sentido, mientras sobrelleva los acosos gandallas de la pandilla que liderea el minusválido gato Zaripón (José Suanate).
Cumplidos esos siete años, Fetuccini va a su ciudad natal para dar un concierto y Boris lo busca, loco de contento, porque piensa que el tiempo no importa y que los corazones son siempre los mismos. Sin embargo, Fetuccini sí que ha cambiado. Y mucho. Detesta a otros gatos, sólo vive para disfrutar del éxito y lo que más teme es perder la fama. Precisamente por ese miedo, cuando ve a Boris, Fetuccini decide matarlo para que nadie revele la fuente de su prodigiosa voz o recuerde sus humildes orígenes.
Así es: el egoísmo convertirá a Fetuccini en asesino. A pesar de todo, una vez consumado el crimen, Boris echará mano de la última vida que le queda y emprenderá el asunto que da título a la bella tragicomedia La verdadera venganza del gato Boris (Maribel Carrasco, 1996), que fue estrenada en Morelia en 2009 por egresados de la Escuela Popular de Bellas Artes congregados en el grupo Sonaja Roja, que dirige José Suárez Nateras (Suanate).
La puesta en escena se presentó ante la dirección artística de la XXXI Muestra Nacional de Teatro en la penúltima audición celebrada en Morelia, con miras a participar en el encuentro escénico. Los resultados se darán a conocer el próximo jueves 9 de septiembre.

José Juan Villanueva interpreta a Federico Fetuccini.

Con una gran inventiva que incluye el acudir a títeres, al juego con mucho humor de comedia física, a rupturas dramáticas y a recursos multimedia, el grupo Sonaja Roja le da vida a un libreto que, de entrada, comprende y pone al día con extraordinaria eficacia los mecanismos del relato fantástico. El mundo de las pasiones humanas ha sido trasladado a un crepuscular universo gatuno en La verdadera venganza del gato Boris, donde el felino protagonista emprende una gesta a la vez inquietante y divertida para recobrar la amistad perdida y, de hecho, salvar a Fetuccini de sí mismo.
Así, por ejemplo, la crónica de cómo Boris obtuvo el Elíxir del Canto es narrada con una proyección de video en blanco y negro que se apropia de las estructuras de representación del cine silente de hace cien años (lo cual le añade al episodio, además, un sentido mágico, a la vez mítico y onírico, delicioso). Tanto Boris como Fetuccini se convertirán en algún momento en diminutos títeres, al fin reconciliados y sentados codo a codo en lo alto de un tejado para ser iluminados por la luna. Los personajes de comparsa reciben a su vez una cuidadosa construcción en la que sobresalen Carmen la Tejedora del Destino (Brenda López y Cintia Bejarano dando vida a una esquizoide pero encantadora siamesa de dotes videntes), así como Igor, criado de Fetuccini, que en varios momentos está a punto de robarse la obra porque Jaime Noguerón, buen actor en general, tiene una clara y espontánea vis fársica que en esta puesta deja desenvolver como pez en el agua.
Estrenada a fines de 2008 o comienzos de 2009, La verdadera venganza del gato Boris fue la gran ausente de la Muestra Estatal de Teatro del año pasado, en Morelia, a la que no pudo inscribirse por cuestiones por completo transparentes: una parte de su elenco tenía compromisos que impedían presentarla en las fechas del foro escénico michoacano.
Por lo que respecta a este año, todavía no hay fecha para la Muestra Estatal de Teatro 2010 (la Secretaría de Cultura de Michoacán aún señala que la muestra local sólo está pospuesta), pero este título sí forma parte del programa que (ojalá) mostrará las propuestas escénicas del terruño.

Jaime Noguerón en el papel de Igor, el criado de Fetuccini.

Mientras tanto, e independientemente de que figure o no en una muestra, La verdadera venganza del gato Boris es uno de los trabajos más sólidos que han dado por estas fechas los creadores universitarios egresados de la Escuela Popular de Bellas Artes.
Quién sabe por qué, pero en la audición para la Muestra Nacional, el pasado domingo 29 de agosto en el foro La Bodega, la función de Sonaja Roja no fue la mejor del grupo. Sin embargo, aquí doy fe de lo siguiente: durante las tres o cuatro funciones del trabajo que pude ver entre 2009 y 2010 atestigüé una experiencia teatral privilegiada: la de ver a cada actor con la energía en su sitio (ni abajo ni rebasada) y a cada personaje dueño de sí mismo. Con estos dos aciertos, que son rarísimos en el teatro michoacano, las funciones que vi fluyeron con un ritmo perfecto y el resultado encarnó en un teatro absolutamente vivo.
En este sentido, aunque es muy evidente que el teatro en video no es teatro (se pierde el sentido de lo aurático), lo que propongo se puede constatar en el insert que acompaña a este post y en aquellos a los que dejo enlaces a mi página de videos en Youtube.
Hay algo más que es prudente decir: una de las cosas curiosas de esta versión de La verdadera venganza del gato Boris es que el grupo Sonaja Roja y su director José Suanate han conseguido una mixtura de lo más extraña, que instala el tono del trabajo entre los trazos ligeros propios de una caricatura y las densidades existenciales y los escenarios miserabilistas propios de, digamos, una pieza beckettiana.
En efecto, a medio camino entre Tim Burton (Beetlejuice, el superfantasma, 1987, de la cual el grupo toma, en algún momento, fragmentos de la BSO compuesta por Danny Elfman) y Samuel Beckett (Esperando a Godot, 1953, de donde vienen los vestuarios astrosos, una parte de la gestualidad, así como el ámbito taciturno y escenográficamente despojado del trabajo), La verdadera venganza del gato Boris es un ejercicio absolutamente lúdico (de ahí su vitalidad), pero también absolutamente consecuente con las crueldades de su tema (y de allí su honestidad). Un ejemplo de ese teatro “para niños” que es completamente adulto o, mejor aún, completamente consciente de sí mismo, y del cual –valga la cita–, en Michoacán tuvimos como pioneros, durante los años noventa, a títulos como La flor de los misterios (Antonio Jairo) y Los ojos perdidos de Mirmidón (Sergio J. Monreal).

EN VIDEO / La verdadera venganza del gato Boris