Round de sombras

Amar tanto o la cruel

destrucción del otro


¡Qué poca diferencia hay entre dos hombres! Ambos coinciden siempre en el mismo propósito: destruir.
Henry Ward Beecher

Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres.
Porque el amor, cuando no muere, mata.
Porque amores que matan, nunca mueren.
Contigo / Joaquín Sabina

"¿Para qué quieres seguir? ¿Para cobrarte que nunca te quise?": el personaje de Lucía a Andrés en una escena de Round de sombras.

La historia de los grandes amores no suele terminar con el meloso “y fueron felices para siempre” que predican ciertos cuentos de hadas. Al contrario, los “amores desgraciados” surcan la experiencia sentimental de todas las culturas y aparecen en todas las épocas.
Hoy, nuestro tiempo y nuestro lugar son particularmente fecundos para distintas formas de la alevosía amorosa. Mucho tiene que ver el temperamento latino y la tradición de fuertes arraigos machistas que definen a nuestra cultura. De aquí la vigencia de un ejercicio como Round de sombras (Carmina Narro, 1996), con el que Ramsés Figueroa presentó su examen para la materia de Dirección II, en la licenciatura de Teatro de la EPBA. La obra hizo una corta temporada (estudiantil, intramuros) hace un mes, pero este domingo participó en la Muestra Estatal de Teatro y podría conseguir una temporada de presentación abierta al público.

Amor y duelos de poder
Recién separados, el bioquímico Andrés Belaunzarán (David Hurtado, correcto) y la ejecutiva bursátil Julia (Aidet Fuentes Mapourmé, notable) se reúnen una noche en la casa que compartieron. Él la ha invitado a cenar y durante el encuentro se muestra obsequioso, atento: busca una reconciliación. Ella, en cambio, se resguarda detrás de una calculada armadura de frialdad y sarcasmo por la que resbalan los intentos de Andrés en pos de empatía.
La cena se desarrolla con intensidad, entre diálogos que transitan activamente de las confidencias al enfrentamiento y al reproche mutuo. A través de ellos podemos reconstruir la historia de los personajes y, sobre todo, la naturaleza del momento que están compartiendo: una vez perdido el amor y con las heridas frescas y abiertas, no queda más que revolcarse entre los escombros de la intriga, el entredevoramiento mutuo y la desidealización.
Así: agria, irónica, de momentos dolorosos y un final contundente, Round de sombras hace de sus dos protagonistas ejemplares perfectos para la vivisección del desencanto, de los egoísmos, de los celos y de la culpa, pero sobre todo, permite la vivisección del amor como un duelo de poder.
Y en ese duelo cada uno de los enamorados, en nombre del amor, buscará (y logrará) la cruel destrucción del otro.

Del lobo al cordero
Hay veces en que aventurarse significa desventurarse más. A los dos personajes de Round de sombras les ocurre precisamente esto. Una vez asumido el amor como juego de poder, no puede sino conducirlos al abismo. Deberían detenerse, pero no pueden.
Por principio, una dramaturgia atenta y filosa define ágilmente a los personajes: estamos ante la mujer dominante y el varón sumiso.
Julia es autosuficiente, soberbia, fría y muy desenvuelta. No en balde trabaja para una firma bursátil: es la ejecutiva treintañera, guapa y exitosa, que toma decisiones y que procura planificar cada aspecto de su vida. Andrés, en cambio, es un laboratorista esencialmente introvertido y algo ratonil que carece de todo lo que Julia posee: carisma, aplomo y habilidad social. Es el nerd por excelencia, cuyo único atributo aparente es un sentido del humor más o menos sombrío (“a veces creo que sólo te casaste conmigo porque te hago reír”). Si parejas como esta no fueran habituales en la vida cotidiana, uno se preguntaría cómo es que dos personajes tan distintos han podido hacer una vida en común.
La contradicción es la causa de su desastre, evidentemente. Andrés es un hombre demasiado opaco y amorfo para una mujer del temple emprendedor de Julia. A su vez, ella es demasiado cínica y liberal para un hombre como Andrés (“No soy sociable porque no necesito a la gente. Tu necesitas a la gente porque tienes que andar por la vida rodeada de espejos para verte todo el tiempo”).
Sin embargo, es en este punto clave donde la dramaturgia establece la más perturbadora vuelta de tuerca de todo el trabajo.
En efecto: si en cierto sentido Julia es como una loba y Andrés como un cordero, la sinaloense Carmina Narro ha llevado la situación de los personajes a un punto extremo para mostrarnos que hasta un lobo tiene dentro de sí su oculta cuota de cordero, y cómo hasta una oveja puede esconder colmillos y garras afilados debajo de su dócil estampa. ¿Parece una alteración del orden natural? Lo es. De allí el horror que despierta. Valga recordar aquí, a propósito de esto, que algo similar habíamos visto en Morelia, en los años noventa, en los personajes de Peter y Jerry de La historia del zoológico (Edward Albee, 1958 en versión del grupo "Theomay"). Como sea, lo espeluznante en Round de sombras es ser testigos de esta transformación que, en el último momento, revela a Julia como la víctima y a Andrés como verdugo.

Con un tratamiento naturalista, la puesta revisa al amor como un duelo de poder en el que los personajes se destruyen mutuamente.

Enjaulados sin salida
Hay que añadir que esta solución no es tramposa (alguien lo comentaba al salir de la función y no comparto ese punto de vista). La situación ya estaba totalmente prefigurada desde uno de los diálogos más tempranos de Andrés, cuando le explica a Julia que no atendió su llamada telefónica previa, cuando él estaba en el laboratorio, porque estaba ocupado acariciando a sus ratas blancas: “Es que estaba con mis ratas -le dice-. Con mis ratitas. Las ratitas sienten cuando las vas a matar, así que tienes que acariciarlas; que sientan que las quieres antes de abrirles sus pancitas. ¡Carajo! Trabajo con ellas. ¿Cómo no las voy a querer? Lloro mucho cuando les abro la cabeza y sus ojos… sus ojitos…”. Tácitamente está revelando el verdadero contexto de la cena.
Más adelante vendrán otros signos ominosos que preparan el desenlace: el frasco de ácido colocado sobre la mesa; la angustiosa imagen de esos roedores de laboratorio que, corriendo en sus ruedas, creen que van a alguna parte cuando la verdad es que están enjaulados, condenados para siempre; la cada vez más evidente máscara de neutralidad de Andrés, soportando las alevosías verbales de Julia y calculando el momento justo para someterla, aplicarle el trapo con cloroformo y lanzarle el ácido al rostro.

Bienvenida a otro Infierno
Nada tan terrible como los amores destructivos. Y Carmina Narro toca fondo con este ejercicio. Bajo los dulces compases del clásico A mi manera (Frank Sinatra, 1969), Andrés acaba con el arma más poderosa de Julia: su belleza. Tras arrojarle el líquido a la cara y acudir a abrazarla protectoramente, le espeta: “¡Tienes que entender que, estando así, yo soy el único que puede quererte todavía!”
La frase es irrebatible y en esta línea particular, la obra lleva la crueldad al virtuosismo. ¿Sólo podemos poseer la belleza cuando la destruimos? Es la victoria más pírrica de todas, pero cosas peores ocurren cuando el amor enferma y su único objetivo es anular y someter al otro.
En todo caso, la perspectiva que se abre ante estos dos personajes torturados parece peor que la de la muerte. Si su matrimonio ya había sido un infierno, como se infiere de todo cuando han dicho, ¿qué les espera ahora?
Como si fueran personajes salidos de Luna Amarga (Polansky, 1992, que llevaba al límite la situación de una novela original de Pascal Bruckner), lo que les aguarda a Julia y Andrés es otro infierno más íntimo, privado, donde podrán dejarse devorar a gusto por esa espiral sado-masoca que conduce siempre a la locura o a desenlaces todavía más macabros. Lo que acabamos de ver no ha hecho sino empezar.

Cumplido naturalismo
Concebido como un trabajo para aprobar la materia de dirección en el octavo semestre de la licenciatura de teatro, el grupo Silencio Teatro, conformado por alumnos de la Escuela Popular de Bellas Artes, ha resuelto este texto con eficacia. Lo que nos han ofrecido es un teatro estudiantil absolutamente profesional, esto es: apasionado, responsable, inteligente y veraz.
La puesta del grupo es una pieza redonda en sus aspiraciones naturalistas, de una gran veracidad escénica, incluso en escenas tan difíciles como la del bofetón que Julia le propina a Andrés.
También importa tener en cuenta que se trata de un trabajo muy atento a su realidad, que toma una dramaturgia nacional y aborda un tema que no es en absoluto ajeno o extraño, sino común, asequible a cualquier público.
En términos de actuación el aplauso es para Aidet Fuentes Mapourmé, quien logra una potente caracterización. Por su parte, David Hurtado aparece correcto, pero sin proyectarle aún a su personaje las complejidades que alcanza su colega. Vale. Hay, de todos modos, suficiente simetría entre los dos personajes para convencer y conmover y no hay que olvidar que los dos actores han afrontado una experiencia particularmente difícil porque tanto la dramaturgia como el concepto de la puesta en sí (como teatro arena, muy cerca del público) están pensados para que todo el peso del trabajo recaiga en los personajes. Es un teatro de actores.
Como director, Ramsés Figueroa resuelve con limpieza y sencillez, dos atributos que nunca serán lo suficientemente festejados. Establece la mesa de la cena como centro de gravedad del espacio, con una tenue lámpara pendiendo al centro y flanquea el espacio escénico como un ring de boxeo cuyas cuerdas son en realidad cintas amarillas de las que emplea la policía para acordonar el lugar de un crimen.

La "segunda vuelta"

Originalmente, este trabajo dura unos treinta minutos (otro acierto, pues la economía de tiempo queda al servicio de la intensidad de los contenidos. Además, no debe olvidarse que Round de sombras es apenas una de las tres piezas del tríptico Químicos para el amor, de la misma dramaturga).
Pero para participar en la Muestra, que solicita trabajos de una duración mínima de 50 minutos, el equipo optó por elaborar, a modo de experimento, una “segunda vuelta” repitiendo la pieza, pero invirtiendo los roles de los personajes (Julia es la laboratorista introvertida que invita a cenar a Andrés, el empleado bursátil y es ella la que finalmente desfigura el rostro de su compañero).
La idea, surgida al amparo del taller de dirección impartido hace unas semanas en Morelia, dentro de las actividades previas de la muestra, es buena, ya que pone en perspectiva el rol de cada personaje y, sobre todo, introduce una variante para calibrar las reacciones del público ante una tipología femenina distinta. Sin embargo, el experimento indudablemente necesita madurar.

EN VIDEO; Dos fragmentos de Round de sombras.

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