Despertar a la gente

El cineasta Terry Gilliam durante la conferencia de prensa con medios en el auditorio José Rubén Romero, en Morelia, este domingo al mediodía.

“Yo estoy tratando todo el tiempo de despertar a la gente” afirma el cineasta Terry Gilliam (Minneapolis, Estados Unidos, 1940), cuando le hago la siguiente observación: “Mucha gente piensa que lo tuyo es el cine fantástico, pero yo estoy cada vez más seguro de que lo que realmente haces es cine documental; quiero decir que tu cine siempre está hablando de la realidad; la fantasía sólo sirve para acentuar lo que dices acerca de lo que nos rodea”.
La charla –ni modo–, ha tenido que darse al seno de una conferencia de prensa, con otros ochenta medios reunidos en el auditorio José Rubén Romero de la Universidad Michoacana. No importa. A pesar de la concurrencia, sólo se formularán nueve preguntas, a cada una de las cuales Gilliam da amplias respuestas.
Desde este blog se le han podido formular dos.
A la observación ya citada, Gilliam ha respondido:
“Sí. Siento que mi caso ha sido como con Fellini, a quien admiro. Yo también pensaba que el cine de Fellini era un cine fantástico, pero cuando al fin pude ir a Italia y conocer los lugares donde él filmó, o al mirar con más atención a las personas, descubrí que su cine no era fantástico en absoluto. Más bien, lo que pasó es que Fellini tuvo la atención suficiente para mirar a la gente que nadie veía y describir las situaciones a las que nadie les prestaba atención. Es decir: Fellini no estaba inventando nada, simplemente estaba registrando lo que tenía a la mano. El mundo es como él lo describe en sus películas”.
Una pausa. Agrega: “A mí me parece que eso es precisamente lo que deberían de estar haciendo todos los cineastas: mirar lo que les rodea, encontrar su propio lenguaje y dar su punto de vista personal acerca de qué es el mundo para ellos”.
“Podemos transformar la realidad –añade–; de eso se trata el cine. Por lo menos, mi cine es eso. Vivo, como los demás, en una realidad en la que los medios de comunicación nos dicen: ‘el mundo es esto’, y nos bombardean con imágenes de violencia, de peligros, de descomposición. Y precisamente es allí donde yo digo: ‘no, no es cierto’. Y lo digo por una razón simple: si solamente aceptamos el mundo que nos muestran los medios, nos quedaríamos apenas con la imagen más pobre del mundo. Los medios nos hablan de un mundo de violadores, de corruptos, de injusticias. Desde luego, eso es parte del mundo, pero no es todo el mundo”.
“Ahí es donde entra la obligación de los cineastas, que a mí me parece que es la de pensar el mundo de formas nuevas”.
El autor de 12 monos, Compañía de seguros Permanente Carmesí y Brazil, entre otros largos y cortometrajes, ejemplifica:
“Desde que llegué a México, en las conferencias de prensa nunca falta la pregunta de qué opino yo de la violencia, del narcotráfico y de la corrupción que, me dicen, está destruyendo a la sociedad mexicana. Cuando me preguntan ese tipo de cosas, a mí me dan ganas de preguntarles a mi vez: ‘¿Y a ustedes qué les parece la violencia y la corrupción que hay en Inglaterra?’ Porque, a fin de cuentas, lo que les puede estar sucediendo a ustedes aquí es algo que está ocurriendo en todo el mundo. Quiero decir: no hay que ser fatalistas a priori. Yo, por ejemplo, sin pretender negar los problemas que ustedes tienen, siento en México y en ciudades como Morelia una vibra distinta a lo que me preguntan, muy positiva. El mundo es cruel, sí. Pero también hermoso”.


Una imagen del realizador, el sábado, durantre la develación de la placa del festival de este año en Cinépolis Morelia centro.

Mientras tanto, varias preguntas de los colegas de la prensa nacional se concentrarían en las expectativas de Gilliam de cara a uno de sus proyectos más acariciados y, hasta hoy, no concretados: una versión cinematográfica de Don Quijote de la Mancha, de Cervantes.
El cineasta concedería, como alguien sugirió, que le encantaría filmarla en México (entre otras razones “porque filmarla aquí sería mucho más barato, pero también porque me encanta el espíritu que hay en este país… por ejemplo, me intriga mucho la mentalidad con la que ustedes, los mexicanos, conmemoran el Día de Muertos. Ese es un tema que a los europeos y a los estadunidenses nos causa una sola emoción: horror… o, en todo caso, tristeza”).
Sin embargo, prudentemente evitó formular cualquier compromiso definitivo acerca de las perspectivas del Quijote y prefirió destacar las virtudes de la obra de Cervantes.
“Me parece que es una historia muy poderosa, sobre todo por el par de personajes protagonistas, que son el soñador y el realista, es decir, Don Quijote y su escudero, Sancho. Es una historia que anda rondando los cuatrocientos años y sin embargo es muy moderna, muy actual”.

La primera pregunta que le pude formular giró en torno a sus orígenes y a la herencia de ese comienzo: “Han pasado más de veinte años desde que trabajaste con el colectivo de The Monty Python. A esa distancia ¿qué piensas que fue lo mejor que te dejó esa experiencia?
El cineasta contestó: “La confianza que adquieres cuando aprendes a trabajar en equipo, a confiar en el talento de los demás”.
Agregaría: “Ante todo, los Monty Python significaron para mí la posibilidad de hacer reír a la gente, pero también de hacerla pensar. Y éramos seis, de modo que lo primero que aprendí con ellos fue a compartir el trabajo y, sobre todo, los errores. A mí me parece que los errores son muy positivos si realmente estás dispuesto a aprender de ellos. Y lo digo porque, en aquella época, nos lanzamos como unos auténticos salvajes a hacer cine. No sabíamos nada acerca del cine, pero decidimos hacerlo a nuestro modo. Y fue divertido pero también interesante; bastó con que los nombres de Terry Jones y el mío aparecieran con el crédito de dirección en Los Monty Python y el Santo Grial, para que, de manera casi mágica, todo el mundo asumiera que éramos directores, que sabíamos lo que hacíamos y nos trataran con el respeto correspondiente. Pero la verdad es que no sabíamos nada; aprendimos sobre la marcha. Y hubo miles de errores, pero no me arrepiento de ninguno. Todos fueron buenos”.


Con la directora del festival, Daniela Michel, al término de la conferencia de prensa, el domingo al mediodía.

Con el desenfado más encantador… ese que se desprende del hecho de ser uno mismo, Gilliam también hablaría de las experiencias al filmar varios de sus títulos.
Acerca de Brazil (seguramente su obra maestra), indicó: “Éramos piratas. Yo, por ejemplo, no tenía una carrera qué arriesgar y fue por eso que me atreví a hacer tantas cosas en esa película. Pensándolo bien, en aras de esa libertad, yo les recomiendo a todos que, si van a embarcarse en alguna empresa temeraria, procuren no tener una carrera, porque cuando uno ya la tiene, se lo piensa más antes de arriesgarse. Al estudio, una vez que terminamos la película, no le gustó el resultado. Querían cambiarle varias cosas y yo me negué porque eso habría significado traicionar la historia y traicionar al personaje de Sam Lowry. De todos modos, en una primera escaramuza, los estudios cancelaron el proyecto, lo enlataron”.
“Fue en ese momento –agrega– cuando supe por primera vez lo importantes que pueden llegar a ser los medios de comunicación para dirimir conflictos como estos. Una parte de la prensa y de la crítica conoció los problemas que estaba sufriendo Brazil y emprendieron una campaña… y esa es la mejor manera de volver loco a un corporativo. Así que, al final, Brazil pudo salir tal como la habíamos concebido. Fue una experiencia importante para mí. Aprendí a no tener miedo”.

Más adelante hablaría con enorme cariño de Las aventuras del barón Munchausen. Luego, al ser interrogado en el sentido de cómo ha ido cambiando la perspectiva que tiene de sus películas al paso del tiempo, declararía que tiene por costumbre no ver de nuevo las cintas que ha filmado. “Cada una es como un hijo que crece y se vuelve autosuficiente y uno, como padre, lo único responsable que puede hacer es decirle: ‘pues bueno, hijo, a volar; vete’. Sin embargo, hace poco, en un festival, volví a ver Brazil. Fue una experiencia extraña. Sentí que yo ya no soy el que era cuando la filmé. En muchos sentidos, Brazil fue una catarsis para mí; en esa película exorcicé muchas cosas que traía dentro, mis preocupaciones acerca de la gente del poder que no se hace responsable del poder que tiene. También me ha sorprendido que mucha gente me diga que Brazil le parece, hoy, más vigente que nunca. No sé qué pensar. Yo creo que eso significa, simplemente, que el mundo no ha cambiado; en todo caso, solamente se ha vuelto más transparente”.
Hacia el final de la charla, luego de citar un proyecto de su hija para recopilar entre tapas duras toda su obra como viñetista, dibujante y diseñador, Gilliam hablaría del malestar que le causan los cineasta actuales, particularmente aquellos egresados de escuelas de cine.
“No son cineastas, son enciclopedias de cine que procuran copiar, imitar o robarse las ideas de los cineastas a los que han estudiado. Yo pienso que un director de cine tiene como responsabilidad principal la de decir algo. Y eso es lo que no veo, especialmente entre los que egresan de las escuelas de cine”.
Por otro lado, acerca de las tendencias generales del cine actual, ponderó: “No sé. Creo sinceramente que necesitaríamos salirnos de todo esto, de esta especie de periodo Rococó de la cinematografía, porque la situación me parece algo desesperada: casi todo el cine que vemos es brillante en lo técnico, pero son películas que en el fondo no tienen nada qué decir. No estoy en contra del espectáculo, porque también puede ser una forma de vida honesta, pero limitarse al cine que se está haciendo en la actualidad es como alimentar a la gente con comida para bebés: la gente se acostumbra a eso, pero es difícil afirmar que realmente se esté nutriendo”.

EN VIDEO / Conferencia con terry Gilliam

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