
El tratamiento tiene sus bemoles, pero también sus aciertos.
Hay momentos que captan con éxito encantadoras experiencias de vida directa (la escena en la que la hija de Lupe, Yesenia, y su prima, Carla, se van a acostar porque ya es hora de dormir, pero la primera de ellas, a causa del nerviosismo, hace un movimiento violento y se da un sopapo contra la cabecera de la cama, a pesar de lo cual la cámara continúa grabando, la escena sigue corriendo y las dos niñas concluyen su trabajo con frescura).
Hay momentos que crean auténtica anticipación y enganchan al público (la escena en que Lupe y Angélica acuden como paleras de Patricia para ayudarla a consumar la venta de un auto de segunda mano) y otras en las que se manifiestan críticas pertinentes sobre la calidad del sexo que pueden disfrutar las mujeres con sus compañeros varones (la escena en que Lupe y Amalia comparten sus puntos de vista sobre el desempeño de los hombres que han conocido, a la hora del coito).
Sin embargo estos y algunos otros inspirados momentos (entre ellos la secuencia de apertura, con el encuadre a ese miserable jacalito donde Lupe nació, mientras se escuchan las primeras estrofas de Paloma Negra y el sonido del viento se va avivando) son como islas en medio de un discurso desafiantemente plano. La consecuencia final es que una propuesta que apuntaba a la construcción de vitalistas matices de metafórico rojo (vehementes, intensos, apasionados) va virando a la tibia neutralidad del rosa.
Hay momentos que captan con éxito encantadoras experiencias de vida directa (la escena en la que la hija de Lupe, Yesenia, y su prima, Carla, se van a acostar porque ya es hora de dormir, pero la primera de ellas, a causa del nerviosismo, hace un movimiento violento y se da un sopapo contra la cabecera de la cama, a pesar de lo cual la cámara continúa grabando, la escena sigue corriendo y las dos niñas concluyen su trabajo con frescura).
Hay momentos que crean auténtica anticipación y enganchan al público (la escena en que Lupe y Angélica acuden como paleras de Patricia para ayudarla a consumar la venta de un auto de segunda mano) y otras en las que se manifiestan críticas pertinentes sobre la calidad del sexo que pueden disfrutar las mujeres con sus compañeros varones (la escena en que Lupe y Amalia comparten sus puntos de vista sobre el desempeño de los hombres que han conocido, a la hora del coito).
Sin embargo estos y algunos otros inspirados momentos (entre ellos la secuencia de apertura, con el encuadre a ese miserable jacalito donde Lupe nació, mientras se escuchan las primeras estrofas de Paloma Negra y el sonido del viento se va avivando) son como islas en medio de un discurso desafiantemente plano. La consecuencia final es que una propuesta que apuntaba a la construcción de vitalistas matices de metafórico rojo (vehementes, intensos, apasionados) va virando a la tibia neutralidad del rosa.
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