Fecha de caducidad / Kenya Márquez

Caras vemos…

La actriz Ana Ofelia Murguía en una imagen de la comedia negra Fecha de caducidad. La actriz interpreta a doña Ramona.

No sólo tres vidas, sino sus tres perspectivas correspondientes, convergen y le dan su sombrío sentido a la eficaz comedia negra Fecha de Caducidad (Kenya Márquez, 2011), ópera prima en largometraje de la inquieta cineasta tapatía, a la que le tomó once años cristalizar este proyecto en la pantalla grande.
La espera ha valido la pena. Y aunque el tiempo también ha pasado sus facturas, el resultado es definitivamente alentador.
Fecha de caducidad es una historia acerca del relativismo de las apariencias y del costo de las confusiones que esto acarrea. Es una historia de equívocos donde aparentes víctimas devienen verdugos y donde los personajes más sospechosos se convierten en víctimas. La virtud de semejante estado de cosas consiste en que, sin los aspavientos, las sofisticaciones ni los desplantes de “crudo realismo” de otros filmes muy sobrevalorados (y estoy pensando en una lista larga, que va de Amores perros a El Infierno), Fecha de caducidad nos ofrece un retrato más sincero e inquietante del México en el que vivimos.

FECHA DE CADUCIDAD / Tráiler


Fecha de caducidad es la historia de Ramona, prototípica madre abnegada mexicana, quien consiente a su desobligado y treintañero hijo, el labregón Oswaldo. Cuando este buenoparanada desaparece un día, devorado por la marea de violencia irracional que surca al país, doña Ramona emprende su búsqueda con un ahínco encomiable, el cual la conduce a las instalaciones del servicio médico forense local, donde conoce a la secretaria Milagros, quien se vuelve su amiga y trata de ayudarla y aconsejarla en la tarea de localizar al hijo perdido.
Pero Fecha de caducidad es también la historia de Mariana, una joven pueblerina que ha huido a Guadalajara para evadir a la justicia luego de asesinar a Braulio, su machista y golpeador marido. Mariana llega azarosamente al mismo edificio donde vive doña Ramona; se convierte en su vecina, en el departamento de al lado, e involuntariamente se vuelve también la recipiendaria de los afectos de la anciana.
Para cerrar el círculo, la película se ocupa de Genaro: un marchoso Milusos (Roberto G. Rivera, 1981) venido a menos, quien padece una clara disfunción en su habilidad para socializar pero que a cambio disfruta de ciertos conocimientos en medicina legista, quien frecuenta las instalaciones del forense, gracias a lo cual conoce a doña Ramona y, más adelante, a Mariana y a… una parte de Oswaldo.
He aquí, pues, a tres personajes solitarios y que sobrellevan duras pérdidas: una madre desesperada por el hijo desaparecido, una auto-viuda prófuga y un superviviente de la miseria urbana.
La violencia es el detonador de las tres historias. Violencia criminal en el caso del perdido Oswaldo, quien ha muerto decapitado por quién sabe qué motivos o azares de nuestro México lindo y herido, dejando a la anciana madre en una desesperada incertidumbre. Violencia doméstica y de género en el caso de Mariana, quien huye de la justicia tras librarse de las continuas agresiones falócratas de su machista esposo. Violencia social, en fin, en la mendicidad que sobrelleva Genaro y que lo ha reducido a la condición de un fachoso despojo lumpen, capaz de la generosidad más desinteresada, pero cuyo descuidado aspecto lo hace blanco de las suspicacias más oscuras.
Dice el proverbio que lo más sencillo es lo más decente. También es lo más elegante. La cineasta Kenya Márquez se rodea de excelentes actores, comenzando por sus dos actores fetiches, Ana Ofelia Murguía y Damián Alcázar, y construye personajes entrañables y creíbles.
Por otro lado, también acude a los clásicos y les rinde un discreto homenaje, ya que la propuesta de tomar a tres personajes con sus puntos de vista distintos en torno a un mismo hecho es un guiño muy sensible a Rashomon (Kurosawa, 1950) y, por añadidura, a The Killing (Kubrick, 1956, quien ya homenajeaba a su vez a Kurosawa con ese filme).
Es también importante llamar la atención a la mirada que la cineasta le dedica al paisaje urbano tapatío, muy bien aprovechado tanto en sus locaciones recurrentes como en sus tomas incidentales, de la mano con unos arcos de personaje que transcurren ágiles y eficaces para cada uno de los significantes anecdóticos de la película.
El miedo mata, podría ser una de las moralejas de este oscuro relato, si acaso fuera preciso hallar moraleja alguna. En todo caso, es evidente que el miedo es el peor de los consejeros: endurece corazones, levanta prejuicios, destruye relaciones, estigmatiza a los diferentes y transforma dolores legítimos en crueldades alevosas.
Una pequeña joya, digna de buenas corridas en los circuitos de exhibición dedicados a la pauperizada industria fílmica nacional, más aún cuando se trata de una experiencia cinematográfica emprendida desde el interior del país, en la médula más bravía de la cultura tapatía.


CONFERENCIA DE PRENSA

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