Movidos por un pesimismo neorromántico y por un escepticismo posmoderno, los jóvenes Falk y Kalle piensan poner fin a sus vidas y se preparan para eso en la mini pieza Trabajo público (Rafael Camacho, 2012, sobre texto del autor suizo Daniel Goesch [Zurich, 1968]). La obra hizo temporada durante el mes de enero en el centro cultural Prados Verdes y fue, de hecho, el primer estreno teatral del presente año en la capital michoacana.

Mini drama en escena
Inscrita en el fértil subgénero del mini-drama (brevísimas piezas que se extienden entre los 15 y los 40 minutos, herederas del drama en un acto [einakter] de la escena alemana del siglo XVIII, de su resurgimiento a fines del XIX y de variantes como el dramoletto a la Robert Walser de comienzos del XX), esta breve joya del teatro germano contemporáneo se ocupa del más actual de los conflictos: el por qué de la violencia.
Nuestros dos potenciales suicidas se aprestan a su gran acto final en la intimidad de un cuarto de hotel del que nunca sabremos con certeza si se trata de un espacio común o de dos escenarios distintos donde la acción discurre de forma paralela.
Esta ambigüedad es deliberada, pues nuestros personajes interactúan a momentos meta–teatralmente, como si se hallaran en los lados opuestos de un mismo espejo que deviene ventana. El recurso busca y consigue darle a los protagonistas la resonancia de un colectivo social. Falk (Jonathan García) y Kalle (Juan Pablo Chavando) representan a un inquietante prototipo contemporáneo: el hombre común que, en un momento de desesperación, estalla y acomete conductas extremas.
Pero lo más importante en esta puesta es que nunca asistimos al clímax al que apunta la acción. Jamás veremos a Falk y a Kalle consumar sus actos de inmolación y terrorismo. Lo que le interesa al dramaturgo en los pocos pero sustanciosos minutos de la puesta es registrar cuanto antecede al punto crítico. Trabajo público estudia el preludio al inminente desastre, su foco de atención se concentra en la manera en que los resortes se van tensando en los minutos previos al horror.

Pieza en contexto
Siempre agrada ver a jóvenes realizadores morelianos abordar dramaturgia contemporánea. La elección de un texto representa, por lo menos, el 50 por ciento del valor de un trabajo, ya que señala intereses, actitudes y preocupaciones estéticas. Y el texto de Goesch es absolutamente político. Lo es de dos maneras precisas: por su contenido, pero sobre todo por su circunstancia.
Novelista y dramaturgo, Daniel Goesch se ha desenvuelto en la escena teatral alemana, que a su vez ha absorbido a los movimientos literarios y escénicos de Austria y de la Suiza natal del escritor. En este contexto, Goesch es de los pocos autores que operan para devolverle a la literatura de su país una individualidad específica, capaz de dialogar con las letras regionales desde una voz propia, atenta a problemas precisos de la cultura suiza actual.
En este sentido, Falk y Kalle interesan por la forma en que revelan el estado de espíritu de una juventud absolutamente primermundista. Materialmente no carecen de nada, gozan de un alto nivel de vida, podemos suponerlos profesionalmente exitosos… y sin embargo, tal como revelan sus diálogos, han fracasado en la búsqueda de la felicidad. A la pregunta de cómo puede ser esto así, el propio texto de Trabajo público da la respuesta: las perfectas sociedades primermundistas lo son porque se desentienden de las excepciones; configuran sociedades estándar al servicio del “hombre común”. En cuanto algún individuo se sale de ese guión, recibe la indiferencia colectiva. Así ocurre incluso con el fenómeno de la violencia: es un espectáculo que ya no conmueve.
Esta indiferencia social, que abarca otros territorios de la experiencia humana, genera en nuestros dos personajes nihilismo y desesperación.
Operando con una síntesis despiadada, en un texto que no rebasa las mil 400 palabras, la dramaturgia de Trabajo público sólo muestra desamparo, sin otro trasfondo emocional que el sarcasmo y la desilusión. Arguye Falk en algún momento: “Autenticidad. ¿Qué será eso? ¿Dónde se consigue? ¿En el supermercado, quizá? ‘Mi aparición en público es la parte más auténtica de mi arte’. Sí. Exacto: tengo que grabarme esa frase”. Más adelante aduce: “La honradez no merece la pena. Y no sólo en el arte. Cuando le confesé a Tina que de vez en cuando veía películas porno, se quedó alucinada. Desde entonces, oficialmente, no hay nada de pornografía en mi vida”.
A su vez, Kalle reflexiona sobre esa Exposición Universal que ambos han elegido como escenario de su autodestrucción: “Seguro que pagan una contribución por esa jodida exposición. Exposición universal. ¿Y eso qué es? Universo. Ésos son siempre los otros. Quien dice universo no se refiere a nadie. Exposición universal: un mal chiste”. Poco después, para mostrarnos hasta qué punto, en nuestros días, hasta el acto más radical carece de heroísmo, sentencia, descreído e irónico: “Podría llamarme a mí mismo. Decir una última frase en mi contestador. Algo magnífico. Para la policía. Una última frase. ‘Yo soy vuestro insomnio’. O: ‘Soy el fantasma de unos tiempos sin paz’. ¡Eso suena bien! Eso suena político”.
Así pues, la inmolación en Trabajo público es la última salida contra la forma de mal más característica de nuestros tiempos y muy especialmente en las sociedades más adelantadas: el taedium vital: la pérdida de sentido e interés hacia la vida. Una última línea de Falk ilustra bien este punto: “Tina dice que mi arte es una mentira, que con la M mayúscula tan sólo quiero insinuarme a McDonalds, ofrecerme como experto en logotipos (…). ¿Y si fuera verdad? Venderse no es nada malo mientras sea uno mismo el que determina el precio de venta. ¿Quién no está comprado en todo ese negocio? ¿Quién, por favor? Odio a los idealistas. Hasta Eichmann se tenía por un idealista. Así que prefiero ser vendedor”.

La adaptación: bemoles y sostenidos
La puesta en escena que han ofrecido Rafael Camacho y sus compañeros ha sido objeto de un trabajo de adaptación que tiene sus buenos aciertos, pero también sus puntos flacos.
Un acierto es la concepción de la escena de apertura, con ese Kalle que emerge abruptamente de la bañera llena de agua, no sólo para parafrasear una cita de Falk, sino para revelar su circunstancia: viene de estar con el agua hasta el cuello, está harto, al límite de sus fuerzas.
Otro acierto es la concepción escenográfica, que colabora a la ambigüedad relacional de los personajes en un mismo cuarto de baño, así como la luminotecnia crepuscular, que es una pesadilla para el registro en video, pero que para la experiencia directa, teatral –que es la que importa– cumple con la atmósfera precisa.
Por otro lado, al traer al contexto nacional mexicano el asunto de la violencia y de la actitud con que los personajes afrontan su inminente sacrificio, hay un ajuste, al final, que no me resulta del todo convincente.
En la dramaturgia original, como a Goesch le preocupa hablar del relativismo de sus personajes, que nunca están completamente seguros de la fuerza de sus motivos (¿cómo podrían estarlo, en una sociedad tan desideologizada como aquella de la que proceden?), se formula una acotación final muy significativa: “Los dos se quedan dudando en la puerta de la habitación. El final no ha de ser trágico”.
Durante la puesta en escena moreliana, en cambio, tras suprimir dos o tres líneas finales, Falk y Kalle se lanzan, decididos, a cumplir con su destino. No dudan. Los impele una frase tomada de Kant: “puedes hacerlo porque tienes que hacerlo”, la cual sintetiza bien la búsqueda kantiana de una ética de acuerdo a la cual, para que un acto tenga verdadero valor moral, debe ser emprendido conforme al deber y por el deber. Es decir, debe ser impelido por la razón, no por el simple gusto o por el mero sentimiento.
Pero esto, que en la dramaturgia pone en perspectiva las dudas de los personajes, haciéndolos más vulnerables, en la puesta en escena local les arrebata sustancia, los hace más unidimensionales.
Por lo que atañe a las actuaciones, Jonathan García (Falk) y Juan Pablo Chavando (Kalle) ocupan el desarrollo de matices más sutiles. Comprenden a sus personajes, pero aún les falta técnica para expresarlos a fondo.
Pese a todo, un rasgo muy sobresaliente de este trabajo es la confluencia de varias generaciones de teatristas (por lo menos, tres), quienes colaboran al seno de un mismo proyecto, lo cual habla de una capacidad de relación que se extraña en otros ámbitos de la escena teatral michoacana.

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