DANZA PERPETUA

Y deberíamos considerar perdido cada día
en el que no bailamos al menos una vez.
Y deberiamos considerar falsa cualquier verdad
no acompañada por lo menos de una carcajada.
Nietzche


En el principio es el Cosmos. Hay cuatro mujeres–mundo que se encienden despacio, mientras el círculo de luz azul que define a cada una gira en cadencia con sus glifos y diseños particulares. Son cuatro mujeres–elemento que despiertan a su individualidad, antes de lanzarse al encuentro consigo y con sus compañeras. Son cuatro mujeres–mevleví que, a la manera de esos derviches oficiantes del Samâ, van confirmando y remontando sus límites mientras sus esferas giran sobre sí mismas en una danza–meditación.
Es de esta manera, transitando de lo cósmico a lo terrenal, ensayando solidarios encuentros o despiadadas rivalidades, ya jauría de lobas abandonadas, ya druidesas que ofician trances de resurrección, como se desarrollan los temas de Danza perpetua, debut como coreógrafo del realizador teatral José Luis Pineda, en compañía de las bailarinas Atenas Morales Aguilar, Carolina Nazareth Orozco Rueda, Alina y Ana Contreras García, al lado de Héctor Daniel Pérez Aguilera (multimedia) y Alberto Weird Moire (música).
El trabajo, que se encuentra todavía en proceso, fue estrenado el miércoles 27 de noviembre en el foro La Bodega.
Danza perpetua es, ante todo, una noche de aquelarre, una velada de carnaval en la que se pueden romper todos los límites y en la que están permitidos, dionisíacamente, todos los excesos.
Al amparo de esta carta blanca a lo radical, se abre la noche y en sus sombras es posible jugar al zig–zag con la vida y con la muerte, con el amor y el miedo, con las pulsiones y las ideas. Todo esto, acaso, sólo para recordarnos que somos diminutos seres extraviados en el Infinito; pequeñas pero recurrentes aves Fénix capaces de morir y renacer de la ceniza estelar.
Originalmente inspirada en textos del apócrifo Evangelio según Magdalena, Danza Perpetua se ha ido reconfigurando sobre la marcha, merced a la colaboración activa de todos sus integrantes, hasta transformarse más bien en un fresco que vibra y reflexiona acerca de lo femenino.
La coreografía se distribuye en media docena de cuadros, en los que los recursos multimedia son uno de los elementos estelares. Pocas veces hemos visto en Morelia un empleo tan justo y meditado de los efectos visuales al servicio de los bailarines, como se puede apreciar en el video que abre este post.
Por lo que atañe a las intérpretes, hay frescura y vitalidad en su trabajo, así como, por lo menos, un extraordinario momento coreográfico, correspondiente al tercer cuadro (hacia el minuto 6:24 en el clip), en el que tres de las cuatro bailarinas avanzan sobre una carpeta de luz que pulsa al ritmo de la música y se va tiñendo de hilos rojos (ya carmín menstrual, ya sangre de sacrificio), mientras se precipitan hacia la cuarta bailarina.
Un rasgo interesante en este trabajo consiste en que sus diversos cuadros se desdoblan continuamente entre la anécdota y el rito. Aluden a situaciones a veces muy cotidianas, pero siempre hay en ellos una resonancia trascendente, cósmica, oceánica, que conduce cuanto vemos a otro ámbito.
Por lo demás, varias ideas y alegorías están abiertas e inconclusas. Son caminos que hacen pausa antes de bifurcarse o definirse. Este hecho les aporta un sentido de inminencia, de preludio, de anunciación, que por el momento es correcto, ya que siembra en el espectador una rica gama de sugestiones que tienen que ver con el sentido del Ser y del Estar.
Un brioso debut, que osadamente busca hacer suya la música de las esferas y darle a sus cuatro bailarinas–demiurgo cierta omnipresencia, al mismo tiempo angustiosa y alegre, que le guiña el ojo a una idea de Nietzche: la de que somos un estremecimiento entre dos Nadas.

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