Con diez proyectos representantes de ocho países, seleccionados de entre doscientas candidaturas internacionales, la edición 2012 del laboratorio-taller de guión de largometraje Cine Qua Non se realizará a partir del próximo día 12 y hasta el 26 de agosto en la residencia artística de Tarerio, en el municipio de Tzintzuntzan, a orillas del lago de Pátzcuaro.
Para dar a conocer el nuevo perfil de esta residencia artística que está alcanzando cuatro años de vida, así como para anunciar la identidad de los diez talleristas participantes, a los que se suman tres michoacanos invitados, se organizó una conferencia de prensa el jueves, en la capital michoacana, en las oficinas del Festival Internacional de Cine de Morelia.
El director general de Cine Qua Non, Jesús Pimentel Melo, explicó que, a diferencia de las ediciones anteriores, este año se ha tomado la decisión de trabajar exclusivamente con guiones concluidos o que se encuentren en la etapa de su último tratamiento. En algunos casos, los proyectos ya cuentan con financiamiento e incluso los hay que ya están listos para pasar al rodaje.
Los participantes y el título de sus proyectos en el taller Cine Qua Non 2012 son los siguientes:
La coordinadora académica de Cine Qua Non, Christina Lazaridi, se declaró orgullosa de la resonancia que ha alcanzado este laboratorio de guionismo entre la comunidad académica y profesional del cine en distintas partes del mundo. Afirmó que se habla de él en Nueva York, pero también en festivales como la Berlinale alemana o el Cannes francés.
Jesús Pimentel Melo compartió esa satisfacción y señaló que el apoyo y los respaldos que el taller recibe de instancias privadas y gubernamentales son hechos que validan la eficacia del proyecto.
Por su parte, la codirectora de esta residencia artística, Sarita Khurana, dijo que el proceso de selección de talleristas fue extremadamente difícil este año. “Tuvimos unas doscientas inscripciones de todo el mundo, muchas de América Latina, también de Europa, Estados Unidos y Asia”.
Además, como cada año desde 2010, se ha incluido como parte del taller a tres cineastas de Michoacán que a lo largo del curso se involucrarán en las actividades con los otros diez proyectos internacionales. Los realizadores locales invitados esta vez son Diego Alejandro Flores Contreras, Iván Martínez Pérez y Jorge Ojeda Dávila.
El secretario de Cultura de Michoacán, Marco Antonio Aguilar Cortés, recordó que el gobierno de Michoacán ha venido apoyando este proyecto desde hace algunos años y puntualizó: “debemos ver al gobierno como toda una institución; independientemente de las administraciones tiene que seguir apoyando moral, económica y materialmente a proyectos que tienen un gran futuro y que pueden tener una gran proyección porque a ninguno de nosotros nos queda duda de que a través de la cinematografía muchos países han dominado a las culturas en el mundo”.
Durante la conferencia de prensa también se informó del destino que han corrido algunos de los proyectos participantes en las ediciones pasadas de Cine Qua Non y que han obtenido apoyo de instituciones públicas y privadas para su producción, entre ellos Teresa, la novia del libertador, (Perú) de Rocío Lladó, que actualmente se encuentra en la fase de pre-producción y los guiones Tamara y la catarina, de Lucía Carreras y Objetos celestes, de Lorena Padilla, que han conseguido apoyo del Instituto Mexicano de Cinematografía para su realización, así como Edén, proyecto de Elise DuRant, que data del año 2010 y que recibe apoyo de la NYFA (New York Film Academy) para su rodaje.
Acervos del taller-galería italiano 2RC
Anuncian la retrospectiva
gráfica Doble sueño del arte
Luego de hacer estaciones en el Museo de Arte de Querétaro (en febrero), en el Museo de la Estampa del Estado de México (en marzo) y en el Museo Nacional de la Estampa, en la capital del país (en julio), la retrospectiva Doble sueño del arte. 2RC- Entre el artista y el artífice, llegará a Michoacán el próximo 17 de agosto y contará con espacios simultáneos de exhibición en el centro cultural Clavijero (Morelia), el ex Colegio Jesuita (Pátzcuaro) y el Centro Regional de las Artes (Zamora), donde –de acuerdo a un comunicado de prensa de la Secum–, las obras permanecerán en exhibición durante tres meses.
La exposición colectiva, que reúne mayoritariamente a artistas italianos, llegó a nuestro país a comienzos de este año gracias a convenios establecidos entre el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), el Museo Nacional de la Estampa, la Embajada de Italia en México, el Instituto Italiano de Cultura de la Ciudad de México y el Centro Cultural Ignacio Ramírez El Nigromante, de San Miguel Allende, en Guanajuato.
En Michoacán, el arribo de las casi 169 obras que, exclusivamente desde lo gráfico, cubren un arco temporal de 52 años, entre 1959 y 2011, y realizadas por 39 autores, varios de ellos indispensables en la historia del arte contemporáneo europeo durante el siglo XX, ha sido posible con el trabajo conjunto de la Secretaría de Cultura del Estado, la Secretaría de Turismo, la Universidad Michoacana, la Universidad Nacional Autónoma de México Campus Morelia y el H. Ayuntamiento de Morelia.
La actividad fue anunciada ayer en conferencia de prensa en instalaciones de Palacio Clavijero. Yo recupero a continuación la información emitida por Conaculta hace un mes, desde su sala de prensa virtual, porque su comunicado de prensa número 1433 es mucho más completo y sucinto que el disperso boletín local (que, de todos modos, retoma varios párrafos del texto electrónico de Conaculta).
Lo esencial de la información es lo que sigue:
Una retrospectiva de los 40 exponentes más significativos de la gráfica en la escena internacional, procedente del taller-galería italiano 2RC, que combina la creatividad artística, el carácter artesanal y refleja la colaboración artista-productor, es lo que el público podrá conocer a través de la exposición Doble sueño del arte. 2RC- entre el artista y el artífice.
De acuerdo al comunicado federal, durante la inauguración de la retrospectiva en el DF, Gianni Vinciguerra director del Instituto Italiano de Cultura de la Ciudad de México, comentó que esta exposición "debe verse como un mapa ideal para conocer el arte de los últimos 50 años, resultado de la investigación continúa y el trabajo directo que realiza el 2RC con artistas de fama internacional que reconocieron la gran sabiduría y técnica de sus fundadores (Valter y Eleonora Rossi) y que se acercaron al taller para cristalizar en papel sus propias ideas, sus propios aspectos artísticos que tenían en la mente”.
También indicó que la peculiaridad de esta exposición radica en que las obras que se presentan no son simples grabados, sino verdaderos originales “que se pueden constatar en cualquier momento porque los impresores trabajaron al lado de cada artista y desarrollaron técnicas de impresión específicas para las exigencias de cada uno de ellos”.
El documento de Conaculta agrega que Simona Rossi, de la galería 2RC, dijo que “esta es la primera vez que la exposición se exhibe en México después de una larga gira por todo el mundo empezando por Pekín, Tokio, Estados Unidos, Indonesia y Rusia”, tras destacar que a través de ella busca establecer colaboraciones más estrechas con los diversos países que la exposición visite.
Al inaugurar la muestra, Octavio Fernández, titular del Museo Nacional de la Estampa, señaló que la exposición “honra toda la herencia cultural que Italia y Roma le han heredado al mundo”, así mismo destacó la importancia de 2RC para el arte contemporáneo al decir que “es un taller extraordinario que va más allá de extender los límites de la estampa. Se definió por una capacidad extraordinaria de superar los límites y de pensar en lo que se podía lograr y no se había alcanzado en ese momento”.
Las 160 piezas que integran la muestra curada por Simona Rossi y Achille Bonito Oliva permiten a los visitantes acercarse a la vida de los artistas para conocer sus técnicas de trabajo y el vínculo entre la concepción de su obra y la representación de esta en una estampa.
El comunicado abunda que las obras fueron realizadas entre 1959 y 2011 en técnicas de aguafuerte, aguatinta, grabado sobre placa de cobre y papel fabriano.
La lista de los 39 artistas que participan en esta colectiva (no estará presente en Michoacán la obra de Valerio Adami) es la siguiente:
Pierre Alechinsky
Afro Basaldella
Francis Bacon
Max Bill
Alberto Burri
Alexander Calder
Giuseppe Capogrossi
Eduardo Chillida
Francesco Clemente
Pietro Consagra
Enzo Cucchi
Piero Dorazio
Lucio Fontana
Sam Francis
Helen Frankenthaler
Adolph Gottlieb
Nancy Graves
Renato Guttusp
Janis Kounellis
Alexander Liberman
Liu Ye
Man Ray
Giacomo Manzu
Henry Moore
Louise Nevelson
Víctor Pasmore
A.R. Penck
Beverly Pepper
Giuseppe Santomaso
Julian Schnabel
George Segal
Pierre Soulages
Graham Shuterland
Shu Takahashi
Ping Tan
Walasse Ting
Victor Vasarely
Giò y Arnaldo Pomodoro
EN VIDEO / De Princesas y principitos
Entre personajes fresas y personajes lúmpenes, con elegancia y oficio, la actriz y dramaturga Paola Izquierdo puso fin, el viernes, a las actividades de extensión del festival de monólogos Teatro a una sola voz 2012 en Morelia. El circuito concluyó sotto voce y en deliciosa clave de farsa con los stand–up comedy De Princesas, sapos y otros bichos y La niña voladora.
Casa llena en el foro La Bodega, en una última noche rubricada por la hilaridad inteligente, es decir: por un humorismo real, capaz de hacer pensar antes de convocar la risa.
En la primera parte de la velada, Izquierdo interpretó De princesas, sapos y otros bichos (2006, de su propia autoría): un discurso que cuestiona el mundo de apariencias y estereotipos que siguen reduciendo a muchas mujeres a un mero objeto, echando mano de estrategias tradicionales pero también contemporáneas.
Así conocemos al personaje de la princesa–bióloga, quien se presenta como una investigadora dedicada al estudio de los anfibios y que está buscando a cierto espécimen particular que se le ha escapado y al cual necesita para concluir un proyecto. Sin embargo, en el transcurso del espectáculo, el asunto va revelando su verdadero perfil: el proyecto no es académico, sino exclusivamente matrimonial, y el ejemplar que busca nuestra protagonista no es un espécimen sino un prospecto.
No será este el único despropósito que delate la obra, pero vale la pena empezar por aquí.
La primera estrategia contemporánea de sometimiento femenil que denuncia el monólogo es, precisamente, ese prurito moderno de ir de licenciatura en licenciatura, de maestría en maestría y, si es posible, de doctorado en doctorado, que aqueja a muchas mujeres y a no pocos varones… no por el amor al conocimiento y tampoco, simplemente, porque así lo demanden las reglas del mercado nacional y supranacional (ya lo saben, ¿verdad? El auge de la oferta en licenciaturas y posgrados –casi todos marca patito, deliberadamente chafas y fáciles de concluir– responde a la necesidad de que México acredite cierto porcentaje de población con “alto perfil académico” ante instancias como el Banco Mundial, para que tales entidades le sigan facilitando diversos canales de crédito al gobierno. Debido a esta lógica perversa, el conocimiento no aumenta; al contrario: se reduce drásticamente el nivel de exigencia en todas las cátedras. El futuro que augura para nosotros este modelo educativo es absolutamente negro. Seguiremos siendo gatos y maquiladores al servicio de otros).
Pero, decía: aparte de lo anterior, la primera trampa que denuncia el trabajo es este ir de licenciatura en licenciatura o de postgrado en postgrado, que hace de muchas mujeres eternas hijas de familia o, en todo caso, permanentes adultas incompletas, inmaduras e incapaces de lanzarse de lleno a una vida profesional e independiente que sea activa y prolífica. Este achaque es particularmente característico entre la clase media y la clase media alta, dado el monto de las colegiaturas que habitualmente hay que erogar.
De aquí en adelante, todo es absolutamente tópico en esta farsa sabrosamente problematizada, empezando por el propio personaje que no es sino un lugar común: apenas una modosa y prescindible princesa–Disney, hija de papi y permanentemente esclavizada a los macabros dictados de la alimentación light, el consumo de productos orgánicos y otras modas dietológicas y cosméticas en uso.
Lo valioso es que estamos ante un tópico reconstruido de manera consciente.
Deslumbra Paola Izquierdo por la eficaz elegancia estilística con la que acude a un clásico y realmente lo homenajea: Alicia en el país de las Maravillas (Carroll, 1865), al tiempo que bocabajea toda la epidermia de la versión cinematográfica en dibujos animados (Disney, 1951) e intersecta todo esto con una de las tradiciones más puras del fairy tale europeo (la del sapo hechizado que hay que besar para que se convierta en un príncipe azul).
Como corresponde a los géneros chicos, todo ha sido estructurado con ligereza en este trabajo, pero la virtud de De princesas, sapos y otros bichos consiste en que tal ligereza no le arrebata un ápice de profundidad al discurso.
Mucho tiene que ver en esto la excelente formación actoral que demuestra Izquierdo, muy particularmente en el notable trabajo con su voz (el Coco de muchos actores), con la cual expresa cada matiz y cada intención con la energía correcta y la colocación precisa.
La segunda parte de la noche, con La niña voladora (también escrita por la actriz), propuso otro homenaje a un clásico gigante: El Principito (Exùpery, 1943) para presentarnos a un muchacho lumpen, hijo de la calle, de esos que sobreviven en el comercio informal, amamantados con chemo y expuestos a todas las asechanzas de la vía pública en las ciudades mexicanas de este violento Siglo XXI.
El personaje exhibirá todos esos deterioros, sazonados con apuntes críticos a distintas parcelas de nuestra realidad nacional, a través de la anécdota de cómo conoció a la niña voladora (obvio: voladora con solventes) que le da título al ejercicio y de cómo la breve existencia de la chiquilla tuvo un desenlace trágico.
Una noche en la que un talento verdadero elevó a estas dos expresiones de los géneros chicos a alturas de enorme dignidad. Un cierre memorable.
Hay unos gritos clavados en el sombrío protagonista de Primer amor, (Samuel Beckett, 1945), uno de los cuentos tempranos del autor irlandés y vertido en México al monólogo a fines de los años noventa.
Son unos gritos que el personaje no ha podido arrancar de sí.
Y no es que esos gritos lo persigan. Pero lo cierto es que, dada su naturaleza, le van a hacer compañía por un largo tiempo.
Son tres gritos, precisamente tres, los que abren el notable trabajo presentado en Morelia durante la penúltima función del festival de monólogos Teatro a una sola voz, a cargo de una enorme Emoé de la Parra que se deja preñar de entropía y deviene una gangrena viva, latiente, marcada por zarpazos de lúcida ironía sardónica. Así construye a un huraño, huérfano y misógino personaje que, obcecado en un luto infinito por la muerte de su padre, procura encapsularse en una radical indiferencia hacia el mundo (al cual, sin embargo, no deja de observar atenta y agudamente). Pero su voluntad de ermitaño se desgarra con crudeza ante el imprevisto desafío de afrontar la experiencia del amor.
Ha sido una intensa noche dentro del circuito de unipersonales, en especial para quienes han tenido la oportunidad de leer a Beckett y de ponerlo en perspectiva con otras experiencias.
Por lo que a mí atañe, teniendo muy presente el cuento, escucho esos tres primeros gritos en el escenario del teatro La Bodega y asiento con agrio regusto hacia mis adentros, ya que la solución teatral es absolutamente correcta: un grito por aquella Lulú/Ana de parto a solas, en su desamparo de prostituta bizca; otro grito por el bebé que llega al mundo en la más absoluta desolación y el tercero por y para el propio personaje narrador, despojado de padre y de heredad en el mundo, pero también de apegos y del suficiente espíritu para encarar lo que se supone que debe ser un acto de correspondencia hacia Ana.
Casi al mismo tiempo, una parte de la lógica a la que responden esos gritos me despierta un recuerdo. Lo enfoco y me digo que, definitivamente, hay un aura beckettiana en la situación de los timbrazos telefónicos que reclaman a Noodles, desde su remordimiento de amigo leal, en la larga y magistral secuencia de apertura del filme Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984). Nunca se me había ocurrido… quizás porque Noodles no es ningún misántropo y porque, a diferencia de varios personajes en la literatura de Beckett, es lo bastante fuerte como para dejarse enloquecer por algún rapto de absoluta lucidez o por la caída de cualquier máscara. La asociación me ha asaltado por su apremiante sabor de reproche puro, de consciencia de sí, de pura urgencia sin destilar.
Lo cierto es que ha tenido que pasar una década para que podamos comulgar en Morelia con una experiencia escénica que le haga justicia al mundo beckettiano. Fue allá por 2001 cuando, en gira nacional, el grupo Línea de sombra trajo a la capital michoacana Galería de moribundos, en la que Jorge Vargas reelaboraba, con un ejercicio de sustracción de extraordinaria fuerza expresiva, prácticamente todo el universo ficcional de don Samuel. Luego, durante la Muestra Nacional de Teatro de 2003, el grupo El Ghetto nos compartió una versión limpia e intensa de Esperando a Godot en el teatro Melchor Ocampo.
Dados los resultados de la noche del jueves, esos diez años de espera desde aquellas dos puestas han valido la pena.
Hay varios aciertos en este trabajo. Citaré sólo unos pocos.
De la Parra caracteriza a su personaje como un vagabundo completamente abandonado de sí mismo: astroso y de hábitos gélidamente repugnantes. Lanzado de la casa paterna por los demás herederos, apenas muerto el progenitor, nuestro personaje se ajusta a la calle como hogar y procura habitar cementerios antes que cuartos o posadas, aunque tiene dinero. Duerme a cielo abierto, observa permanentemente a los demás, los evita y se instala en la banca de cierto prado, hasta la cual lo alcanza su cita confrontadora con el destino.
Lo importante de todo esto es que la caracterización que hace De la Parra cumple con la gran aportación de Beckett a los personajes teatrales y literarios del siglo XX: la del desposeído que deambula por la urbe y observa.
Escribe Rafael Pérez Gay en un viejo ejemplar de la revista Nexos (febrero de 1990): “en esas tramas vive un personaje moderno: el clochard y el flanneur. Este héroe que ha ido poblando las grandes ciudades del fin del milenio será el gran tema de los narradores del nuevo siglo. Y los personajes que Beckett concibió en los años cincuenta, esos cuerpos oscuros hundidos al borde de una carretera, aterrados y desesperados a la vez, solitarios y sin esperanza, serán la referencia inmediata de los intentos del estilo y las aventuras europeas de la prosa”.
Yo sólo confirmo –basta mirar alrededor– que personajes como el de Primer amor abundan en nuestro tiempo y más en la realidad que en la ficción. Por su estado de absoluta desesperanza, claro. También por su extraña y egoísta inercia hacia cuanto observan y desmenuzan desde su mundo interior, empecinados en no abrirse, en no darse y en sucumbir a las zonas más sombrías de su naturaleza.
Pero si vemos el asunto desde otro punto de vista, también podemos confirmar que personajes como los de Beckett no solamente son muy atípicos, sino que cada vez son más escasos.
Me refiero a lo siguiente:
Sin duda, muchos de los personajes de Beckett están locos. Pero hay diferentes modos de enloquecer y distintas formas de locura. Los personajes de Beckett se han vuelto locos porque son videntes. Ven demasiado y eso tiene su precio. Su locura es la consecuencia de una epifanía: el precio por la revelación absoluta del mundo que los rodea y de sí mismos. No es un asunto exclusivo de la mente. ¿Qué más podría hacer un corazón humano, falible, vulnerable y cotidiano, sino ahogarse en sus propias y muchas contradicciones, si tuviera que enfrentarse al terremoto emocional que supondría la imprevista y terrible caída de todas las máscaras?
Esto es lo que pasa con nuestro personaje. Conocerá a una mujer tan abandonada de sí como él y, a pesar de su apego a la soledad, terminará por establecer una relación con ella. No será una relación cómoda en ningún sentido. Ni siquiera habitual, ya que los dos son unos lúmpenes que sobreviven a la orilla de la vida, al margen de códigos o convenciones. Y esa experiencia de relacionarse con alguien, inédita para él, pondrá en conflicto todo lo que él es; lo hará mirarse en lo más profundo y medirse con sus contradicciones.
Ella se lo lleva a su casa y se convierte más en una sirvienta que en una pareja, aunque es evidente que por debajo de indiferencias y frialdades barruntan fuertes sentimientos, como se advierte en el episodio de la flor. Ella se prostituye para sacarlos a los dos adelante (son las líneas más famosas del cuento, ¿no?: “Así que vives de la prostitución”, le dije. “Vivimos de la prostitución”, dijo ella.)
Cierto día, Ana termina embarazada y le anuncia que él es el padre.
Obvio: es el momento de ir pensando en poner los pies en polvorosa… El colmo de un misántropo es, precisamente, la posibilidad de construir una familia. Él le pide que aborte; ella se niega. Él se queda en la casa durante toda la preñez, pero sólo por su propia comodidad. Finalmente, durante la noche del alumbramiento, nuestro anti–héroe toma sus pocas pertenencias y se marcha, envuelto por los gritos de esa mujer en trabajo de parto y, poco después, por los del bebé.
Es un momento terrible. No hay sino los gritos y las sombras de esa noche en la que el personaje aspira a perderse, buscando en vano en el firmamento las constelaciones que su padre le había mostrado alguna vez.
Tan lejos del cielo, tan cerca de sí mismo, quebrado por la desquiciante lucidez de comprender perfectamente lo que está haciendo pero incapaz de detenerse, el personaje funda en ese preciso instante el purgatorio que, en adelante, será su nuevo y único hogar: la fragua de donde saldrán esos gritos sin tiempo ni reposo que hemos compartido con él desde el comienzo de la obra.
Lo más estremecedor de todo esto, por lo menos para mí, es que, con Beckett, el destino es elección. Casi al comienzo del cuento (y de la puesta en escena, que por cierto opera desde una bella traducción al español, que en varios pasajes supera en precisión y contundencia a las versiones que me ha tocado leer) el protagonista habla de su placer por los epitafios en los cementerios y confiesa que ya ha pensado el suyo y que lo tiene listo para el día de su muerte. La frase (que anticipa, no sólo lo que este personaje hace o hará, sino más definitivamente lo que el personaje es) reza: “Aquí yace quien tanto escapó / y que sólo ahora escaparse logró”.
Qué noche.
EN VIDEO / Pipí
Un intruso ha penetrado al hogar de la pequeña Claudia y ha trastocado su delicada órbita afectiva.
La llegada del nuevo bebé, así como las atenciones que demanda de parte de los padres, hacen que la niña –hasta entonces hija única– se sienta desplazada. Lo peor es que la crisis recrudece los ataques de enuresis nocturna que Claudia ya padecía, ocasionando el enojo de Rodolfo, su padre, quien la urge a controlar sus esfínteres, a “volverse responsable” y a colaborar a la tranquilidad de mamá. La situación empuja a nuestra protagonista a buscar una salida contra tanto estrés y esta es la línea principal en la dramaturgia de la comedia didáctica Pipí.
Cuarta noche en la extensión Morelia del festival de monólogos y, en escena, el trabajo de dos cercanos conocidos y amigos para la escena michoacana: el tapatío Fausto Zapata en la dirección y el chilango Jaime Chabaud Magnus en el texto.
Dramaturgo, pedagogo, periodista, editor e investigador teatral, Chabaud ha ido cultivando un colmillo estilístico irreprochable a lo largo de las últimas dos décadas, aunado a una visión muy precisa de la relación que existe en la triada temas/públicos/éxito. Pipí, por ejemplo, tiene un nicho de público amplísimo y un alto perfil para ser ofrecido a la más variopinta serie de instituciones, organismos y planteles educativos como alternativa escénica, pues se ocupa del muy popular problema de los niños que se orinan en la cama.
La cuestión es abordada de forma positivamente luminosa por Fausto Zapata (otro hombre teatro de afilados caninos). Por ejemplo, el “Señor Monstruo” del cuento que Claudia no ha terminado de leer –falta que da origen a una parte de sus descalabros–, es más un amigo imaginario un poquito gandalla, pero amigo al fín, que una presencia realmente aterradora u ominosa.
Varias escenas alegremente coreografiadas dan una expresión amable, conciliadora, a la crisis que vive la pequeña Claudia y hasta el episodio más terrible de la historia (el de la inminente castración de Rodolfito, para que se convierta en niña y los papás ya no le festejen el hacerse pipí en todas partes, mientras que a ella la regañan por su incontinencia nocturna), es tratado con un encantador trabajo de ilustraciones en una caja de luces y un tono de humorismo negro que lleva todo el asunto por el camino de aceptaciones y “buena vibra”.
El tratamiento es correcto. Instalada entre las propuestas alegóricas, simbólicas y trascendentes de la velada previa, con Ron de arena, y del oscurísimo Beckett de la jornada posterior, Pipí se ocupa de un tema práctico, doméstico y cotidiano (propio de una pieza).
Lo más importante, sin duda, es que ni Chabaud ni Zapata se amurallan en el problema de la enuresis, sino que se apoyan en el asunto para desplegar una sincera y entrañable exploración del mundo de los niños: el miedo a la oscuridad, la natural fascinación por la lectura (es cierto: los niños tienen el potencial de grandes lectores; son las circunstancias alrededor las que los desmotivan); la espontánea vocación titiritera que le permite a Claudia dotar de vida a los objetos más simples o fragmentarios; el sufrimiento de medirse con un mundo de adultos incomprensibles (como la maestra Narizotas, en la escuela) o de compartir vulnerabilidades con otros niños como Petronio y ese Clemente de Jesús y Guadalupe que es quien le da a Claudia la idea de proceder a la amputación (nunca consumada, salvo en los sueños) del “pirrín” del incómodo hermanito.
La operación, aunque sólo simbólica, basta para contribuir a curar a Claudia de sus ansiedades. El cumplimiento de deberes pospuestos, como la lectura del libro de cuentos, es otro factor decisivo para la niña, quien aprende al fin a encontrar su lugar en el universo hogareño. Un círculo se abre y se cierra en el tránsito por esta húmeda protesta infantil que, como toda crisis, lleva de una confrontación a una conciliación.
Un punto notable en la escenografía es la confección de esa cama cuyas partes han sido acondicionadas para cumplir múltiples tareas: hogar de un monstruo de patas bettlejuiceanamente largiruchas, percha para cunas, mesa titiritesca, navío, escenario de las crisis de incontinencia y, finalmente, cual debe ser: generoso espacio del reposo y el sueño de quien ha puesto la conciencia y los afectos en paz.
Sólo si viene un corazón al mundo / rebosa el vaso humano y se hincha el mar.
Antonio Machado / Poesías completas. 1917
EN VIDEO / Ron de arena (fragmentos)
Luego de navegar Con toda la mar detrás –cantaría Patxi Andion–, el capitán Naufragio sobrevive al hundimiento de su nave por enésima vez.
Abandonado a la suerte, deriva. La corriente lo lanza, al fin, gulliverianamente, a la orilla de alguna LeGuiniana costa más lejana: nunca remanso, sino espacio muy activo para experiencias que llevan al personaje a poner en perspectiva cuanto ha sido su vida.
Es así que, totalmente solo, el capitán sueña, evoca, delira y hace el recuento de aciertos y daños (“diez mujeres, cien puertos, veinte fantasmas, Cuatrocientos golpes [¡guiño a Truffaut y al inolvidable Antoine Doiniel!], trescientos sueños, setenta pesadillas…”).
Comprendiendo que “casi muertos, en esta soledad de mar y arena sólo tenemos la pasión para sabernos vivos”, hunde su mano bajo las aguas, hacia la profundidad de ese océano / abismo de la psique, y de allí extrae una vela maravillosa que extiende cual pantalla para proyectar, con siluetas de teatro de sombras, el episodio–suma de sus recuerdos más dolorosos: el del niño que afronta la indiferencia y el abandono paternos:
“¡Papaaá!” (grito de alegría para encaramarse a los hombros del progenitor, saltando desde la noble frondosidad del árbol / madre, del árbol / fundamento y pertenencia). “¿Vendrás a tiempo a mi fiesta de cumpleaños?” (Y el silencio de la sombra que nunca habla). “¿Iremos al circo?” (Y la sombra que comienza a perder foco y sustancia). “¡Vamos al zoológico!” (Y el padre que se aleja y se disuelve). “¿Me llevarás contigo?” (Y la sombra que se ha marchado). “¿Volverás?” (Y, como única respuesta, un vendaval desvanecido).
Estos cuadros de apertura para el unipersonal Ron de arena (dramaturgia de Rogelio Luna con el grupo Teatro Artimañas, procedente de Morelos) dan paso a un viaje iniciático para nuestro personaje que, por un lado, muy a la Dante, se halla a la mitad del camino de su vida, pero que al mismo tiempo es un niño interior en pos de sanarse para volver a crecer y recuperarse como dueño de su propia historia. De allí que recapitule sus pasos, fabule con personajes que le permiten asimilar lecciones y vaya articulando las claves que le devuelvan la veracidad de un alma con la cual ser, sentir, pensar y entregarse al mundo con nuevos bríos.
Tercera noche en el festival de monólogos Teatro a una sola voz, en Morelia, y en el escenario del foro La Bodega, de la mano del actor y titiritero Sergio Guevara Althabe, se despliega una Odisea o, si prefieren, de manera más discreta pero no menos importante, el solitario viaje de un argonauta dispuesto a crecerse al castigo para reemprender la búsqueda de su Vellocino.
Lo del castigo es más que una frase. De acuerdo a Gastón Bachelard, uno de los ensayistas que más admiro a la hora de pensar en la poética de los símbolos, la imagen del náufrago es un símbolo que alude a la idea de castigo. Un náufrago ha cometido algún error y a causa de ese error ahora lucha por su vida. Si corrige y tiene suerte, saldrá adelante. Todo viajero corre siempre el riesgo de naufragar. Cada periplo está ligado al potencial infortunio de los hombres.
Sin embargo, como en toda Odisea, el viaje en Ron de arena está lleno de acechanzas y desafíos que el personaje, con su actitud, puede transformar en simbólicos aliados y en presencias cómplices. De hecho, así ocurre en este trabajo y cada antagonista se transforma en un guía o en una pista para el protagonista.
Así pasa, por ejemplo, con esa vermiforme roca–mojiganga que encarna a la Mentira (¡Y qué imagen!: un gusano de piedra y de voz cantarina [a la manera de los oráculos o de las pitonisas], que envuelve al personaje y que algo tiene de duquesa, reina o emperatriz, pues al fin y al cabo la mentira es Señora en este mundo). El diálogo entre ambos no tiene desperdicio, ni en los momentos de humor irónico ni en los de intensidad:
– La mentira es un crimen –dice la entidad–. Yo soy una mentira. ¿Quién demonios eres tú?
– Naufragio.
– ¿Nombre o situación?
– Capitán Naufragio: así me llaman.
– Debes tener mucha suerte, capitán.
– Mucha… Muy mala, pero mucha. ¿Esto es el Paraíso?
– Ja, ja, ja. Lo que dejaron de él ingleses, españoles, portugueses, estadunidenses, turistas, antropólogos, un par de terremotos y un tsunami… Lo único bueno fue Gauguin. Y obtuvo fama, sífilis y lepra. El Infierno debe estar mejor.
– Entonces ¡es verdad! He muerto.
– No te hagas ilusiones.
– ¿Vivo?
– ¿Entregas todo en cada instante? ¿Amas, te rebelas, luchas? Eres un hombrecito que deambula de la cama a la mesa, a la silla, a la fila. Soy la mentira en la que habitas. La pregunta es si mereces alguna verdad.
Este asunto de buscar, merecer y alcanzar lo auténtico es el gran tema de la obra. Para nuestro capitán, la revisión de lo que ha sido su vida significa, ante todo, enfrentar sus mentiras y sus disimulos.
La situación básica es la de aquel niño que ya conocimos en el cuadro de las sombras chinescas y que, luego de ser abandonado (y de ser, por tanto, convertido en náufrago), le escribe un mensaje a su padre, lo mete en una botellita y lo lanza hacia altamar. “Papá –dice la sencilla carta– ya no digas mentiras”.
El mensaje recurre una y otra vez, con distintos modos y acentos, a todo lo largo de la puesta en escena.
Está presente en las palabras que le dirige a Naufragio esa mefistofélica presencia, mitad zorro, mitad armadillo, que le explica: “La gente llega aquí y escucha. Algunos vienen a jugar; otros, con un mundo nuevo en sus corazones. La mayoría vive inédita… y muere igual. Todo depende de la música, lo sabes. El resto es falso”.
Deviene amoroso reproche en labios de esa Eva / Eros que le reclama su cómodo conformismo: “¿Cuándo, dónde abandonaste tus sueños? ¿En la esquina de cuál bar? ¿En la blandura de qué lecho? ¿En los brazos y piernas de quién? ¿Fue en una calle, una oficina, un shopping? (…) En un verano permanente la vida es fácil: los sueños húmedos, la visión clara, la confusión, un futuro que no llega. ¿Dónde dejaste la mitad del sueño incubado en las islas, el mar, las carreteras? Tu viaje ha naufragado nuevamente”.
El momento supremo concurre en el enfrentamiento de Naufragio con su padre: ese maniquí mecatrónico de saco y bufanda, cuya cabeza no es sino un globo blanco que sale despedido tan pronto el hijo lo desafía y rompe en pedazos la carta que jamás leyó su destinatario.
Hay mucho más. Deben ser 12 ó 15 cuadros distribuidos en 70 minutos, cada uno sembrado de imágenes inquietantes porque interpelan en lo más vivo diversas zonas de nuestra experiencia.
Lo interesante, en términos de discurso, es que Ron de arena se construye desde una textura simbólica bien problematizada, lo cual significa que sus metáforas, signos, estampas y símbolos están generosamente abiertos.
Me ocupo aquí sólo de la cuestión del padre. La paterna es una imagen de autoridad. El padre de familia representa el orden, la ley y, por extensión, toda noción de gobierno y de liderazgo.
Un poco a la manera del extraordinario clásico Pescar águilas (Jesús Coronado, 1995, compañía El Rinoceronte enamorado, y vista en Morelia en 2005), en Ron de arena el tema del abandono paterno va más allá de ilustrar un mero conflicto existencial e íntimo, común a muchos, y adquiere en cambio una connotación política y social totalmente clara en varios momentos y frases: “Me gustas, Democracia… pero estás como ausente”. “Somos miles de náufragos escribiendo testamentos en botellas que arrojamos al mar”. “No importa lo que pase: seguirá sin pasar hasta que haya pasado” (¿Kierkegaard?). Y dos frases que figuraron en las manifestaciones de jóvenes barceloneses del año pasado: “Esto no es una crisis: es una estafa” y “Si no nos dejan soñar… no los dejaremos dormir” (no ubico al autor, pero tengo el fuerte sabor de que no es una consigna anónima).
El reproche final al padre, en el episodio del globo, insiste en este mismo sentido colectivo y social: “¿Giras? ¿Huyes? Igual, igual. La historia se repite: una vez como tragedia, ahora ¿como comedia? [una paráfrasis de Marx]. Hiciste un melodrama de nuestra existencia, ¿lo sabías? Una costumbre nacional, supongo. Girar en círculos sin salida posible. Es lo que has hecho siempre. Lo que me enseñaste”.
O:
“Ahí están, tendidos. Todos los buenos hombres. Muertos. Todos llevan la huella del asesinato. Todos ejecutados sin un juicio justo. Desde el oscuro ocaso hasta la sucia aurora, algunos jugaron sus cartas. La bebida y la droga hicieron el resto. Todos eran buenos y honestos: sólo querían el oro y el trono, las mujeres, un par de pantuflas, un buen fin de semana. Los envolvieron con telas y sogas y los echaron al mar, diez brazas al fondo, camino de otro Infierno. Nadie contará sus historias… o las contarán mal. Ninguna mujer de ojos salvajes llorará por ellos”.
Por lo demás, en términos técnicos, la puesta es también una delicia. Hay mucha producción, pero resuelta con eficaz sencillez: un océano de tafetanes iluminados por calles y luminarias de piso, una isla de cartón piedra y un recorrido por títeres que acuden a varias técnicas, desde el títere de mesa y los de vara, hasta la mojiganga o el robot mecatrónico (que le debemos al talento de Miguel Ángel Marchese), pasando por un curioso híbrido que tiene mucho de bocón con partes vivas.
Todo para alcanzar la gran reconciliación final: el cuadro musicalizado con La Vida en Rosa en versión de cajita de música en la idílica escena del retorno / invención de un entrañable y apacible hogar confeccionado en cálidos y diminutos títeres de mesa.
Es un gran momento. Un momento de lúcida felicidad, pues en medio del embeleso hogareño, del retorno a Itaca, el personaje se permite un paréntesis para reafirmar su ascendiente. Es feliz estacionado en ese hogar estable y seguro, que ha ganado y merecido al medirse consigo mismo: “pero siempre, siempre volveré al mar”.
Y, como epílogo conclusivo, el descenso sobre la casita de esa presencia alada (ya ángel, ya el mismísimo Dios), que, intrigado ante tanta felicidad verdadera, inquiere, cómplice: “¿Dejarán de mentir?” Y la respuesta del capi Naufragio: “¿Y tú me lo preguntas? ¡No lo sé! Nada es para siempre… ni siquiera nosotros”, rubricada por los acordes de la subversiva Simpatía por el diablo, de los Rolling Stones.
Un total de setentaiuna obras que dan testimonio de la vocación pictórica en Michoacán y de su contexto sociopolítico durante el virreinato (del siglo XVI a los albores del XIX) constituyen el contenido del primer volumen de Pintura Virreinal en Michoacán. El libro es fruto de las investigaciones coordinadas por la doctora Nelly Sigaut desde el año de 2007 al seno del Seminario Permanente de Estudios de Pintura en el Occidente de México.
La obra, que debió aparecer el año pasado, fue una de las víctimas del desastre económico que le ha heredado al estado el gobierno de Leonel Godoy Rangel, ya que su edición se pospuso por falta de fondos de parte de la pasada administración en la Secretaría de Cultura.
Las obras que documenta este trabajo, muchas de ellas anónimas, están organizadas en cinco apartados temáticos. Las primeras doce se ocupan de temas marianos. Otras siete corresponden a lienzos que aluden al personaje de Cristo. Cuarentaidós más se dedican a las imágenes de santos canonizados. Otras cuatro son retratos y, finalmente, las seis restantes tratan de temas alegóricos.
Para presentar la edición, que es apenas la primera parte de un proyecto de largo alcance que procurará documentar las expresiones de arte virreinal en todo el territorio del actual estado de Michoacán, se organizó una velada en el Museo de Arte Colonial, en Morelia, el viernes 20 de julio.
Los comentaristas de la noche fueron, todos ellos, expertos en el arte novohispano durante la Colonia: el doctor Oscar Mazin, titulado por la Escuela de Altos Estudios y Ciencias Sociales, en Francia; especialista en el estudio de la iglesia y la sociedad novohispana y el imperio español en los siglos XVI y XVII. El doctor en historia Manuel Ramos Medina, director del Centro de Estudios de Historia de México, en Chimalistac, y Tomás de Híjar Ornelas, maestro del Seminario de Guadalajara, titular de la parroquia de Santa Teresa, en el centro histórico tapatío, e investigador de los mártires de la Cristiada.
Doctor Mazin: obra y contexto
El doctor Mazin recordó que este catálogo procede del Seminario de Estudios de Pintura en el Occidente de México, que estuvo precedido por un levantamiento que ella misma efectuó desde 1993 en el convento de San Agustín, para repertoriar la pintura que en él existe.
Entre los rasgos importantes de la obra, señaló que los estudios incluyen un breve análisis de los modelos iconográficos de los que proceden las imágenes, así como una descripción formal de cada cuadro. “También se destacan las circunstancias o procesos propiamente históricos del Michoacán de los siglos XVI al XIX, mediante los cuales los autores se esfuerzan por dar cuenta de la factura, el arraigo local, la procedencia, la circulación y el destino de las pinturas”.
Celebró el hecho de que “nos encontramos con que este catálogo es impensable sin el concepto de ciudad episcopal, como lo fueron Valladolid de Michoacán, Puebla de Los Ángeles o Oaxaca. Y es que la ciudad episcopal fue la entidad que vertebró el orden social en Hispanoamérica. La monarquía indiana, es decir, el imperio español en América, fue un imperio hecho de ciudades y sin la ciudad no se entiende ese imperio”.
Al interior de ese orden, evocó que fue en torno de las iglesias catedrales que “se dieron una serie de condiciones más o menos regulares y duraderas que permitieron la organización de numerosas gentes, grupos y corporaciones”.
También destacó el papel del material en la comprensión de las fundaciones de obras pías que permitieron el florecimiento de templos y colegios, así como de la práctica de las artes ñpara embellecerlos.
“En Valladolid de Michoacán, el Colegio de Santa Rosa María tuvo su origen en la fundación de obras piadosas por parte de obispos y de canónigos. La iglesia de San José nació como una simple ayuda de parroquia de la catedral. El Colegio de Infantes de la catedral arrancó de las fundaciones de becas para muchachos por parte de algunos canónigos, mismas que coronó la liberalidad del obispo Sánchez de Tagle. En fin. La iglesia de Nuestra Señora de Cosamaloapan, otra ayuda de parroquia surgida en el antiguo barrio de San Francisco, resultó de las fundaciones piadosas de un grupo de canónigos originarios de la diócesis de Puebla. Y así podríamos seguir enumerando los orígenes en términos de obras pías o de fundaciones por parte del clero catedral que tuvieron las distintas corporaciones”.
Desde esa perspectiva destacó, como motivo privilegiado de estudio, la importancia de la diócesis como unidad geopolítica. “Desde tiempos del imperio romano, que se apoyó de manera original sobre una trama de poderes locales organizados en torno a la ciudad, en las Indias, es decir en la actual Hispanoamérica, la unidad básica en la que dichas ciudades florecieron, fue la diócesis”.
“Esta demarcación no es exclusiva de las fuentes de origen eclesiástico, y no lo es porque en el centro de la Nueva España la diócesis llenó el vacío suscitado por la estrechez del territorio comprendido por las Alcaldías Mayores y la jurisdicción sumamente vasta de las reales audiencias de México y de Guadalajara”.
Manuel Ramos: apuntes al proyecto
El segundo presentador de la velada, Manuel Ramos Medina indicó que con este volumen se inicia una serie editorial que apoyará generosamente a los investigadores del arte novohispano, además de ofrecer una herramienta para un público amplio interesado en los recintos religiosos y conventuales del territorio michoacano.
Consideró que tanto el seminario como el libro editado por el Colmich y el Centro de Investigación y Documentación de las Artes de la Secum. “son, sin duda, un ejemplo que envidiarían otros estados carentes de este tipo de apoyos culturales y pienso concretamente en el estado de Hidalgo, que tanto necesita investigaciones de esta clase para preservar su patrimonio”.
Indicó que la distribución metodológica de los contenidos,en cinco temas, fue planteada por la doctora Sigaut en un trabajo que originalmente iba a estar dedicado sólo al estudio de las pinturas del templo y convento de San Agustín, en Morelia. “Previamente –evocó–, la doctora había catalogado el conjunto restaurado por Adopte una obra de arte A.C. para la dirección de Sitios y Monumentos de Conaculta, en 1993. Así se estudiaron 93 pinturas correspondientes a los siglos del XVII al XIX y este fue el antecedente para que el Seminario Permanente de Estudios de la Pintura del Occidente de México tomara bajo su responsabilidad el estudio del conjunto”.
“Felizmente –dijo– la tarea se salió completamente de los márgenes y se siguió con el estudio y catalogación del acervo que se conserva en Michoacán en sitios alejados y poco difundidos. Y con esta primera publicación se forjan los cimientos de un ambicioso proyecto que pretende reconstruir la historia de la pintura del periodo de la administración española desde el siglo XVI hasta principios del siglo XIX”.
Entre otros puntos de interés, el ponente llamó la atención hacia el hecho de que en este volumen resalta la imagen de María, la madre de Jesús.
“Casi todas las catedrales de las diócesis de la Nueva España y del Perú llevan la advocación de la Purísima Concepción. ¿Por qué tan presente esta imagen? Este tema nos lleva a los tiempos remotos de los pueblos mediterráneos, donde la figura de la Diosa Madre fue venerada. Desde el siglo XIV el rey Juan de Aragón tomó la iniciativa de apoyar la Inmaculada Concepción como emblema de su corona y, posteriormente, lo asumieron los reinos peninsulares. Fue el rey quien decretó, antes de morir, la celebración de la fiesta solemne en todas sus posesiones, así como la pena de destierro a los opositores del misterio de la purísima concepción, incomprensible por la razón”.
Un crisol imbatible: Tomás de Híjar
Finalmente, Tomás de Híjar Ornelas recordó que, a raíz de la consumación de la Independencia, a fines de septiembre de 1821, a los mexicanos les dio por construir su casa, comenzando por la bóveda. De modo que a un malogrado imperio sobrevinieron otras fórmulas que deambularon de la república federal a la centralista, restauraron el imperio, retomaron el camino republicano que hasta la fecha conservamos. “Después fue necesario echar los muros, abrir los vanos, hacer el trazo y, por último, sustentar el edificio en sólidos cimientos, tarea que permitió, al calor del nacionalismo de los años treinta del siglo pasado, reconocer con humildad que éstos ya existían. Que eran milenarios. Y que a ellos se añadieron de manera compleja y singular, Europa, África, Asia y Oceanía, en un crisol tan rico que ni siquiera el embate brutal del consumismo global de nuestros días ha podido desdibujar”.
“La contribución a ese proceso no podría entenderse sin la participación activa y fecunda de dos matrices: la religiosidad amerindia anterior a la agregación de los territorios de la América continental a España y la peculiarísima raigambre de la cultura hispana del siglo XVI, modelada por raíces judeocristiano-musulmanas, de suerte que la Evangelización en estos territorios terminó siendo un crisol cuya amalgama resultó diversa, plural, heterogénea e inagotable”.
“¿Cómo prescindir entonces, para alcanzar una comprensión sumaria de estos capítulos primigenios de una cultura, de una civilización nueva y distinta a las que hasta entonces componían el mosaico etnográfico de la faz de la tierra, de estos testimonios icónicos que nos transmiten de forma inmediata ideas y sensaciones valiosas en su tiempo para comunicar lo que aquí estaba pasando?”
“En esto radica la importancia de cobrar conciencia de la tarea que este volumen abre hacia un perímetro superior al que tuvo inicialmente. Lo que en su momento fue una negativa rotunda para secundar un proyecto estético laudable, ha terminado siendo el inicio de un largo derrotero donde podrán incorporarse de manera gradual e interdisciplinaria tanto los estudios de los fenómenos sociales como las más diversas y variadas ciencias interesadas en articular lo que pasó en su tiempo para conformar el presente que hoy protagonizamos y el futuro que les aguarda a quienes tomen de nuestras manos la estafeta”.
“Encontrará el lector y el espectador en los capítulos de esta obra contenidos teóricos y visuales planteados desde una lectura ágil, bien calibrada y armoniosa, tejida en cinco apartados que no siguen un orden jerárquico o eclesial, si bien éste los produjo, sino un orden entrañable y afectivo, el del pueblo para el cual fueron hechos estos cuadros”.
“Mucho hemos de agradecer a los autores su respeto y ecuanimidad éticas al abordar cada una de las 71 obras; su actitud propositiva no sólo supera los criterios esteticistas de una percepción estilizada que redujo a los historiadores y críticos de las Bellas Artes, desde su parcial visión eurocéntrica decimonónica a transformarse en una suerte de jueces implacables, dedicados a confinar con adjetivos peyorativos las más de las veces las producciones que no alcanzaban a pasar el estrecho cuello de una botella ajena a su impronta espacio-temporal”.
“Vemos así cómo el ícono, liberado de prejuicios, se transforma en un documento y en un soporte de información de excepcional valor, recobrando desde la lectura in situ una dignidad superior a la que pudiera tener suspendido a los muros asépticos de una galería, de un museo o de una colección particular. Además, la vista del conjunto suspende por un momento casi milagroso los desperfectos ocasionados por el manoseo y el vandalismo de restauraciones brutales y muy desafortunadas”.
“Convertidas en documentos visuales, estas obras se vuelven una fuente copiosa e integral de capítulos enteros donde venimos a enterarnos de las gestas protagonizadas por los ascendientes de quienes estamos aquí, desatando una energía incontenible, para la cual las etiquetas de arte colonial, religioso, sacro o cristiano, se vuelven insuficientes, inútiles y parciales. Arte, simplemente, en la más lisa y pura de sus acepciones: virtud y disposición para hacer algo. El que en su tiempo estuvo al alcance de autores regionales y locales, anónimos los más, identificados unos pocos: los Becerra, Juan de Sámano, Manuel de Tapia… quienes nos impelen hoy a reconocer las motivaciones humanas y trascendentes de su tiempo, su legítimo derecho a seguir expresando sus anhelos, tan válidos como los nuestros, pero que durante mucho tiempo fueron desdeñados, al grado de sólo quedarnos exiguos despojos de un patrimonio despreciado por incomprendido”.
“Esta noche -concluyó-, cuando el pillaje y el mercantilismo adquieren un renovado furor bajo la modalidad del saqueo y el robo, tan despiadado o más como el de los iconoclastas del pasado, alzan su voz y se hacen oir estos artistas para revelarnos, gracias a los esfuerzos de catálogos como el confeccionado por Nelly Sigaut y su equipo, que sin su léxico el nuestro quedaría mutilado e ininteligible en sus aspectos esenciales”.
Sigaut: apuesta a la continuidad
Al final de la presentación, la doctora Nelly Sigaut tuvo una breve intervención para agradecer el esfuerzo invertido en la edición de este primer volumen de estudios sobre la iconografía colonial en Michoacán. Celebró la colaboración de los fotógrafos que hicieron el levantamiento de imagen y, de manera particular, hizo un público agradecimiento al actual secretario de Cultura, Marco Antonio Aguilar Cortés, quien no solamente reasignó recursos para editar el trabajo, sino que se ha comprometido a garantizar el tiraje de, por lo menos, los próximos dos volúmenes de la serie, saldando de este modo la deuda contraída por la gestión anterior de la Secum y afianzando un proyecto de divulgación que, entre otros valores, tiene el de coadyuvar a conocer y a proteger el patrimonio artístico de la entidad.
EN VIDEO / Yo soy Rachel Corrie
La tarde del domingo 16 de marzo de 2003, en la ciudad de Rafah, hacia el sur de la franja de Gaza, la joven activista de los derechos humanos Rachel Corrie, de apenas 23 años de edad, se dejó caer de rodillas frente a un bulldozer israelí para hacer las veces de un escudo humano e impedir el avance de la máquina, que se ocupaba de demoler viviendas de los refugiados en la zona de conflicto.
El enorme Caterpillar D9 del ejército israelí no se detuvo y arrolló a la muchacha, que se sobrepuso a sus heridas internas por casi una hora, pero que falleció poco después de arribar en ambulancia al hospital de Najar.
Estos son los hechos, ampliamente documentados en redes alternativas de derechos humanos y particularmente de los movimientos a favor de los refugiados palestinos agredidos por el estado de Israel.
Tan sólo unas horas antes de su muerte, Corrie le había escrito el siguiente correo electrónico a sus padres, en Olympia, Washington, Estados Unidos:
“Esto tiene que terminar. Hemos de abandonar todo lo demás y dedicar nuestras vidas a conseguir que esto se termine. No creo que haya nada más urgente. Yo quiero poder bailar, tener amigos y enamorados, y dibujar historietas para mis compañeros. Pero también quiero que esto se termine. Lo que siento se llama incredulidad y horror. Decepción. Me deprime pensar que ésta es la realidad básica de nuestro mundo y que, de hecho, todos participamos en lo que ocurre. No fue esto lo que yo quería cuando me trajeron a esta vida. No es esto lo que esperaba la gente que vive aquí cuando vino al mundo. Éste no es el mundo en que tú y papá querían que yo viviera cuando decidieron tenerme”.
De todo esto se ocupa el extraordinario unipersonal Yo soy Rachel Corrie, que adapta La voz de Rachel Corrie (2005, a partir de la correspondencia de la activista, editada por el dramaturgo Alan Rickman y la periodista Katharine Viner).
La obra, ahora en versión de Édgar Álvarez Estrada y con la actuación de María Inés Pintado, protagonizó con enorme dignidad la segunda jornada del festival de monólogos Teatro a una sola voz, ofrecida en Morelia este lunes por la noche.
Dos cosas sobresalen en este trabajo.
Primero, la austeridad emotiva de toda la puesta, que lucha exitosamente contra cualquier tono melodramático para ir en pos de emociones reales, vivas, en las cuales consigue encarnar y despertar procesos de reflexión profundos. Segundo, la excelente interpretación de Pintado, que instalada en un tono realista que el mismísimo Lee Strasberg le aplaudiría, logra inyectarle a su personaje un áura que va de lo cotidiano a lo terrible con la más absoluta naturalidad.
Estos dos factores crean en el escenario una experiencia llena de dignidad porque está henchida de veracidad escénica.
El asunto de evitar el melodrama es, aquí, particularmente importante. El hecho es que, con una gran sabiduría escénica, tanto Álvarez Estrada como Pintado comprenden y comulgan con el espíritu del monólogo original y asumen despojarlo de cualquier sensiblería. Y es que la sensiblería, aunque da muchos bonos en lo inmediato, siempre termina escatimándole dimensiones a la profundidad. Esto es así porque las fuertes emociones que desata el melodrama impiden pensar (de allí, por cierto, que la telenovela sea el género favorito en nuestro país: mantiene al rebaño cómodo y conforme).
Aquí, en cambio, de lo que se trata es de una serie de sentimientos reales que van aflorando y adquiriendo su propia forma (de la candidez inicial a la indignación del final) con un ritmo exquisito, a momentos agónico, a momentos entusiasta.
Por otro lado, la puesta también se ahorra el final tremebundo (de hecho, el desenlace ocurre fuera de lo escénico, en lo parateatral, gracias al recurso del video y la multimedia).
Mientras tanto, tras presentarnos a la joven Raquel desde un cuadro de enorme potencia alegórica (la muchacha que despierta, que abre los ojos al mundo buscando un lápiz), el trabajo se ocupa de presentarnos los antecedentes y las perspectivas de este personaje de clase media que aspira a ser poeta (no en valde admira a Rilke) y que va descubriendo el mundo y encontrando los canales para manifestar ese inconformismo que la acompaña desde temprana edad.
En rigor, tras el episodio en que Rachel nos habla del significado de su nombre como el de un cordero, florece la metáfora fundamental de este bello trabajo, que no es sino el ejercicio de mostrarnos los motivos y las razones de un cordero de holocausto que va cobrando conciencia del mundo en el que le ha tocado vivir y que, más o menos conscientemente (ahí está la escena del sueño) va asumiendo el riesgo supremo de sus prácticas como militante de los derechos humanos en el violento escenario de la franja de Gaza, donde el indefenso pueblo palestino sufre los embates del cuarto ejército más poderoso del mundo: el del Estado de Israel.
Yo soy Rachel Corrie es, pues, un exquisito (aunque doloroso) ejercicio de conciencia política. La manera en que lo emprenden Édgar y María Inés nos muestra lo estremecedor que puede ser un hecho escénico cuando asume ocuparse de un problema de actualidad.
Les comparto, aquí abajo, uno de los numerosos videos que en Youtube se ocupan de Rachel Corrie.
Y a los responsables del trabajo de antenoche: gracias por la experiencia.
Hoy andaría rondando los 105 años de edad y habría sobrevivido a todos los artistas de la generación de la Escuela Mexicana de Pintura, a la cual perteneció. Quién sabe si tal longevidad le habría arrebatado, a cambio, el aura de leyenda que la rodea y que la ha convertido a ella y a su obra en epicentros de la Fridomanía: esa fascinación por Frida Khalo que oscila entre el esnobismo, el homenaje y el folclor.
Lo cierto es que, como tantos otros personajes–ícono de la devoción popular, Frida Khalo murió temprano, apenas a los 48 años. Pero a casi seis décadas de su muerte, ocurrida en 1954, su presencia permanece muy viva en el imaginario de aquella clase media de la que formó parte.
Una prueba (por si hiciera falta) es el monólogo ¡Soy Frida! ¡Soy libre!, escrito hace apenas seis años por el prolífico dramaturgo y médico cirujano Tomás Urtusástegui (DF, 1933). La más reciente versión de esta puesta abrió el domingo, en Morelia, en el foro La Bodega, la extensión Michoacán del festival de monólogos Teatro a una sola voz, que cumple en tierras pirindas la última etapa de su circuito nacional.
Contexto y apuntes
Distribuido en siete monólogos y en tres cuadros musicales delicadamente coreografiados al amparo de sentidos temas de Chavela Vargas, el monólogo ¡Soy Frida! ¡Soy libre! congregó a un público muy numeroso. Y es que no había pierde. Para la mayoría, fue la oportunidad de un reencuentro con su amoroso y combativo fetiche. Para los que realmente sabían, fue además el privilegio de comulgar con las intensidades del tándem Aura/Muro, que se reunió en este proyecto luego de cosechar merecidos éxitos con la fuerza y eficacia de Mujer on the border, que vimos aquí en Morelia en octubre de 2008, dentro de la Semana Nacional del Migrante.
Fue una gran noche. Una noche con Martha, una noche con María. Y, gracias a ellas, una cumplida noche con Frida.
EN VIDEO / Aspectos del monólogo inaugural
¡Soy Frida! ¡Soy libre! es un homenaje. Como escribía líneas arriba, fue concebido por Tomás Urtusástegui, con el fin de conmemorar el centenario natal de la artista, celebrado en 2007. El autor, que lleva escritas, al día de hoy, 337 dramaturgias, concluyó la que nos ocupa en 2006 y al año siguiente, hacia octubre, la actriz Martha Aura prestó su voz para una lectura dramatizada de homenaje que se transmitió por Radio Educación a nivel nacional. Desde entonces, el monólogo ha sido montado dos o tres veces, una de ellas en reclusorios de Chihuahua, durante 2008. Pero la versión más significativa es la que pudimos compartir el domingo. Esta versión viene de cumplir una amplia temporada en el foro La Gruta, en el DF, que comenzó en 2011.
Como el homenaje que es, ¡Soy Frida! ¡Soy libre! recapitula sobre la vida de su protagonista. Es un conjunto de breves crónicas y reflexiones acerca de la mujer que nos legó, como testimonio de su paso por este mundo, un centenar de obras, la mayor parte de ellas autorretratos que con ávida vehemencia alegórica se ocupan de registrar las estaciones de permanente deterioro de su fisiología, tras las secuelas de su poliomielitis infantil y del violento accidente de tránsito que en plena juventud (a los 16 años, en 1923) le destrozó la cadera y la lesionó gravemente de un brazo, una pierna y la columna vertebral. Entre otras secuelas, la tragedia la incapacitó para tener hijos.
Lo interesante con Frida es la manera en que afrontó los desafíos de su condición y salió adelante.
Condenada a largas estadías en cama, encontró su vocación en la pintura y tuvo la suficiente presencia de ánimo para ir a buscar a Diego Rivera, ya célebre en ese entonces, para pedirle opinión y consejo sobre su trabajo. Los dos se enamoraron y formaron una de las parejas más extraordinarias del siglo XX en México. Los apodaban “el sapo y la paloma” (Diego tan corpulento, desgarbado y de ojos saltones, Frida tan frágil y tan atenta a sus atuendos y apariencia). Ambos militaron en el Partido Comunista Mexicano y participaron de la vida intelectual y cultural del país en aquellos años laboriosos en los que se definían los rasgos de la identidad nacional que emergió de la Revolución Mexicana.
Siete estaciones
En el principio es el nombre.
Inevitable.
Sin un nombre, no se es.
Y el de Frida toma por sorpresa a la misma Frida. “¡Qué nombre!”, exclama. Y procede a desmenuzar las significativas minucias del suyo: Magdalena Carmen Frida Khalo Calderón, tras preguntarse si es el nombre el que muestra el destino de cada uno o si es el destino el que elige el nombre.
He aquí, pues, en el primero de los siete monólogos, distintas conjugaciones de lo nominal.
Es el nombre-juego de palabras: Frida/Freedom, como vocación de libertad desde el bautismo. “Eso he querido y para eso he luchado: para ser libre de amar, decidir, para escoger mi patria, para luchar contra los imperios… para ser mujer; para pintar a mi estilo, no al de otros”.
Es el nombre-anatema desde la tradición judeocristiana que acota nuestra tradición occidental: “ganó mi madre; me puso Magdalena porque sabía que, como la de la Biblia, iba yo a ser una buena puta…una puta arrepentida, pero una puta, al fin y al cabo. Fue Diego, y no Jesús, quien me redimió de mis pecados”.
Es el nombre/reafirmación trágica: “Carmen, como la de la ópera, fue otra puta. Así que yo sería y fui una doble puta. Puta para los hombres y puta para las mujeres.
Y, finalmente, un apellido para desatar el hilo de las asociaciones: “Khalo… me suena a cal. En mi vida ha habido más arena que cal. Y yeso. Mil veces lo he tenido. Yeso que ha envuelto mis piernas, mis brazos… mi cuerpo”.
Tras la afirmación nominativa, viene la reafirmación de género en el Monólogo de la mujer. “Soy mujer, y a toda honra”, profiere, calados los hombros con un hombruno saco. Recuerda el placer de vestir prendas varoniles desde joven, para contrariar a sus padres y desafiar las normas en uso, muy consciente del papel de la mujer en el México de la primera mitad del siglo XX: Ninguneada por la religión, sin derecho a la igualdad, al pago por su trabajo, sin la posibilidad de votar.
En un mundo de y para los hombres, “si mis enfermedades me impidieron hacer muchas cosas, ser mujer me impidió muchas más”.
Lo anterior, junto con el reproche de no haber sido nunca reconocida porque “yo era la mujer de Diego, la querida de Diego, la señora de Diego. El pintor era él; yo me divertía dibujando”.
Las reflexiones concluyen con una atajada revanchista: “Algún día, estoy segura, demostraré que soy tan o más importante que Diego Rivera y todos los demás. De mí se hablará más que de ellos. Quiero probar que, si los hombres tienen güevos, las mujeres tenemos ovarios, y que estos son más valiosos. Sin nuestros ovarios nadie existiría en este mundo”.
En el tercer monólogo, dedicado a los temas del amor y el sexo, afirma desde su diván:
“Confieso que he amado, y no que he vivido, como diría Neruda. Y he amado a un solo hombre: a mi Diego, a mi gordo, a mi sapo, a mi todo (…). En muchos de mis cuadros lo dibujo sobre mi frente para decir que es mi guía, mi ojo mágico, mi tercer ojo. Todo es por él, y así fue desde que lo conocí”.
“Dicen que me engañaba. Nunca lo hizo. Engañar es decir cosas falsas y él no las dijo. Sencillamente me avisaba que ese dia se iba a acostar con fulana o con sutana. Me daba gusto por él; conmigo no siempre podía hacer el amor por mis enfermedades. Entonces era justo que lo hiciera con otras”.
“Viejas no le faltaron, pero de ninguna se enamoró… Bueno, creo que de una sí: de María, María Félix, la Doña. De ella sí tuve celos… pero me vengué. Logré que la mujer deseada por todos me deseara a mí”.
El apartado le permite asimismo una disgresión acerca de su lance amatorio de mayor altura: su encuentro con el artífice del comunismo ruso, el perseguido León Trosky.
Durante el Monólogo político detalla su amistad con Tina Modotti porque era fotógrafa, como el padre de Frida, y por su ideología. Ella la llevó las juntas del Partido Comunista, donde se quedó porque “ellos decían luchare por lo que yo creía: igualdad de la mujer, bienestar del pueblo, salud y educación para todo el mundo, trabajo y seguridad… y si para lograr eso había que quitarle un poco a los ricos, pues qué gusto. Todo para todos. Era lo contrario de lo que pensaban los norteamericanos: todo para nosotros, nada para los demás”.
Cabe en este segmento un apunte a su fascinación por Antonio Mella (el célebre activista cubano acribillado en la calle, al lado de la Modotti, que salió indemne) y al cual no pudo hacer suyo. Por lo demás, recuerda que Diego también pertenecía al partido “y lo mismo todos los que tenían valor en México”.
El Monólogo del arte da paso a una protesta legítima: “¡Yo no quiero pintar luchas ajenas; yo quiero pintar mi lucha personal! Conmigo misma, con mi dolor”, proferida contra el Diego que la azuza a que pinte murales, a que pinte al pueblo y sus sufrimientos “como buena comunista”, mientras (inquietante declaración sobre el alcance de las influencias del muralista) le ofrece el muro que ella quiera: la basílica de Guadalupe o el castillo de Chapultepec.
Los dos monólogos finales, uno dedicado a La libertad y la mexicanidad y el último al dolor, tienen líneas y trazos contundentes:
“Lucho por la libertad siendo una mujer que no puede ser libre. Soy libre para escoger a quien amo. Y eso es a él, a Diego Rivera. Tan libre soy, que me divorcié de él cuando se me antojó y volví a casarme con él un año después. Soy libre… hasta para darme en la madre a mí misma”.
Y:
“¿De qué soy dueña yo en este mundo? De nada, excepto de mi dolor. Quiero morirme. Morirme de a deveras. Porque de a mentiras he estado muriéndome toda la vida”.
El trabajo cuenta con una producción discreta y muy bien problematizada: media docena de atuendos propios de Frida penden en el escenario, acotando los espacios para una mesita con fotos y otros objetos y la indispensable silla de ruedas. La actuación de Martha Aura, instalada por completo en el realismo, brinda matices e intensidades con precisión milimétrica y remonta incluso dos brevísimos lapsus que, de hecho, casi ni se notan porque el personaje sigue vivo, de carne y sangre, a despecho de los mínimos deslices.
Una velada cumplidora.
EN VIDEO / Velada de homenaje
La proyección de dos cortometrajes, la composición de un versificador, los comentarios de tres escritores locales, una intervención institucional a cargo del Secretario de Cultura y la lectura en formato de teatro en atril de la dramaturgia Orquídeas a la luz de la luna, inscrita dentro del programa federal Leo… luego existo, conformaron una velada de homenaje a la figura y la obra del escritor Carlos Fuentes, quien falleció el pasado mes de mayo. En total, ocho espejos humeantes, veteados de colores y alcances precisos, para reflejar otros tantos catetos de uno de los mayores escritores mexicanos del siglo XX.
El acto, organizado por la Secretaría de Cultura de Michoacán, tuvo como sede el teatro Melchor Ocampo, el martes 24 de julio, e incluyó dos pequeños stands en los que se estuvieron vendiendo títulos del autor nacido en Panamá en 1928.
Las dos Aura: Fuentes desde
la mirada del corto universitario
¿La cámara, María? ¿La cámara es nuestra salvación? ¿En la cámara se reúnen nuestras oraciones? ¿La cámara es nuestro altar común?
Carlos Fuentes / Orquídeas a la luz de la luna
La velada comenzó con la proyección de dos cortometrajes de factura universitaria inspirados en Aura (Carlos Fuentes, 1962), el relato más popular del autor. Se trató de Aura (Orfi Aguayo, Edgardo Arredondo, Sheyla Carrasco, José Luis Alanís y Daniel Peraza, 2010) y del filme animado Los ojos del Deseo (Humberto Isaías Garrido y Yazmin Sánchez Martínez, 2011).
Todos, supongo, conocen la historia y su tema: conducido por un anuncio clasificado, el joven historiador Felipe Montero acepta trabajar para la muy anciana señora Consuelo, ordenando los manuscritos de su difunto esposo, el general Llorente, en una antiquísima casona de la calle Donceles, en el centro histórico del DF. Allí, Felipe queda flechado por la belleza de Aura, sobrina de Consuelo, y desde ese primer momento la atención de nuestro investigador crece paralela entre el deseo de acercarse a la muchacha y la necesidad de desentrañar los acertijos que le van anunciando los viejos diarios y carpetas que revisa, en los que halla pistas de la estrecha relación que guardan las dos mujeres y el autor de los documentos. Cartas antiguas, correspondientes a “las fechas de un siglo en agonía”, así como añejas fotos de 1876 y 1894, revelan finalmente las claves que conducen a un desenlace (muy similar, por cierto, al del filme El resplandor, de Kubrick), que se ocupa del tema del Eterno Retorno tal como lo plantea Nietzche en su Zaratustra y en Gaya ciencia, y que pone en tensión los conceptos antagónicos de determinismo y libre albedrío en un escenario de reminiscencias góticas a la mexicana y de relatos de brujas y vampiros.
De todo lo anterior, el filme Aura, ópera prima de la firma PerroNoble Films, conformada por egresados de la Universidad Anáhuac Mayab y ganador del primer lugar en el concurso yucateco de cortometraje inter-universitario Alternoflexia, en 2011, logra un guión respetuoso y austero, pero una puesta en escena que sufre a causa de una iluminación muy mal resuelta y de un ritmo con un timming pobre.
La cinta fue filmada en el invierno de 2010, en Mérida y sólo cabe esperar a conocer nuevos trabajos de este grupo porque, a pesar de sus carencias, también hay en este corto valores germinales de interés, particularmente en la dirección de arte.
En cuanto a Los ojos del deseo, su mayor valor radica en el tratamiento anime que ha recibido. Tratándose de un material concebido por una generación joven, la fusión oriente-occidente es pertinente como una influencia viva. No sólo en lo formal, sino en lo temático. Recordemos solamente que en la tradición japonesa del relato fantástico la mujer es el personaje que lleva sobre sí las más altas responsabilidades espirituales para manifestar a las potencia del bien y del mal. Este rasgo se integra muy bien a una de las facetas del relato de Carlos Fuentes. Una moderada incursión en el terreno de la animación erótica también es coherente, tanto con los contenidos del relato original como con ciertas vertientes del anime y de los OVA japoneses (aunque no es ecchi [falta lo cómico] ni mucho menos hentai).
El resultado es parco, aunque revela audacias que, de madurar, serán fecundas. Bien, por lo pronto, aunque sea “bien a secas”, para los chicos de la facultad de teatro de la Universidad Veracruzana.
Que el pueblo conduzca al
país hacia el nuevo milenio
Lo interesante es ver qué pasa cuando entramos en contacto con alguien que nos pone en duda y que, sin embargo, sabemos que nos hace falta. Y que nos hace falta porque nos niega.
Carlos Fuentes / Las dos Helenas
En la primera de tres intervenciones, el escritor, teatrista y promotor cultural José Luis Rodríguez Ávalos señaló que México es un país de muchas preguntas y pocas respuestas. “Quienes se aprontan a dar respuestas no solicitadas son los políticos; con ellas aportan numerosas pistas acerca del por qué del hundimiento de México por parte de los mismos políticos”.
Continuó: Carlos Fuentes propone en Los cinco soles de México, ese trabajo ensayístico del año 2000, una serie de cuestiones interesantes. Sobre todo porque en aquel momento está por inaugurarse el nuevo siglo y el nuevo milenio. Allí se hace una serie de cuestionamientos, muchas preguntas que todos nos hemos hecho alguna vez desde que México es México y lleva ese nombre. Se pregunta qué es México, qué somos nosotros. De dónde venimos y hacia dónde vamos.
Y en vez de respuestas, formula propuestas. Propone que sea la gente, no los políticos, la que conduzca a este país hacia el nuevo siglo. Con esto no quiero decir que los políticos no sean gente sino que, al tener un cargo, al tomar las riendas de un gobierno, los políticos adquieren otra connotación. Dejan de ser pueblo o, más bien, el pueblo espera que ellos ayuden a resolver nuestros problemas.
Quizás Carlos Fuentes, planteando algunas de esas antiguas y hoy casi ignoradas propuestas del marxismo, dijera que si el pueblo, junto con sus gobernantes, conducen al país, este llegará a buen puerto.
Esto es en Los cinco soles. Quienes no escatiman esfuerzos sociales, políticos e intelectuales para denunciar las traiciones de los políticos, son los artistas, los escritores atentos a la historia, el devenir y la actualidad del país en el mundo.
Hoy nos reúne la Secretaría de Cultura como representantes de tres generaciones y, claro, yo soy el que represento a la más antigua: por eso me ponen primero. Vamos a reflexionar en torno a la obra de Carlos Fuentes, uno de esos escritores que llegó a erigirse en faro de la crítica mexicana, vanguardia de las letras latinoamericanas, representante de México como diplomático y escritor.
Personaje cosmopolita, le tocó descollar entre muchos otros escritores que dio el México contemporáneo. Ningún país tiene escritores o artistas prescindibles, pero sí hay algunos cuyas letras son imprescindibles. Allí está Carlos Fuentes con una literatura que es monumental de muchas maneras. Desde Los días enmascarados, su temprana publicación de 1954, revela su interés por el México de ayer y hoy, al que vuelve de manera diversa en cada uno de sus libros. Desde 1958, con La región más transparente, habrá de producir casi un libro por año. Entre la investigación, lo historiado, la actualidad, la verdad y la ficción, ingresa a su obra, con retazos autobiográficos, su propia manera de ver la existencia.
En esto creo, se llama esta mesa, para recordar su trabajo ensayístico de 2002 que dedica a su hijo Carlos, fallecido en 1999 y antes de la muerte de su hija Natasha, ocurrida en el 2005.
En esto creo me sirve también para referirme a Silvia Lemus, su esposa durante más de treinta años, después de Rita Macedo, con la que vivió 14 años y con la que procreó a su hija, Cecilia.
Hoy tendremos oportunidad de escuchar a Felipe Nájera con parte de esa comedia de 1982, Orquídeas a la luz de la luna, que es un ejemplo de su poca dramaturgia, de la cual dos son obras: Todos los gatos son pardos junto con El tuerto es rey, ambas escritas y publicadas en 1970, y que fueron escenificadas en Morelia a fines de esa década. Antes de que Todos los gatos… se convirtiera en Ceremonias del alba, en 1991, su dramaturgia se enriqueció con los siete guiones cinematográficos que produjo, dos de ellos en colaboración con Gabriel García Márquez, así como el libreto para la ópera Santa Ana.
Carlos Fuentes no avanza solitario en las sendas de la literatura mexicana. De hecho, es una cara de la moneda, que contiene a Octavio Paz del otro lado. No en balde se mencionó a Fuentes muchas veces para el premio Nobel.
Pero Fuentes viene de muchos escritores. Compartió tiempo, espacio, anhelos y esperanzas con quienes fueron sus contemporáneos y muchos otros le siguen en lo que llamamos el porvenir de las letras contemporáneas latinoamericanas.
Ante la dificultad de elaborar una nómina de quienes ejercieron la literatura con Fuentes, y ni siquiera poder aproximarme al panteón de autores contemporáneos, expongo aquí solamente la perplejidad que le despertó a Fuentes la muerte de dos escritores fundamentales en 2010, ambos mexicanos: Carlos Montemayor el 23 de febrero y Carlos Monsiváis el 19 de junio, sin saber que a él le tocaría coronar la trilogía de los Carlos el 15 de mayo de este año.
Para mayor perplejidad, a nosotros nos toca asistir a la muerte de estos tres Carlos fundamentales y preguntarnos por qué ellos, y no el Carlos que tanto daño le ha hecho a este país.
Han sido tres Carlos que se tocan en todo momento. Carlos Montemayor, con su trabajo entre los grupos étnicos, es de los menos conocidos, pero Fuentes abrevó de allí porque le interesaba ese México, todavía desconocido el día de hoy. Con Carlos Monsiváis compartió una obra destinada a lo contemporáneo, al México de hoy, al México diverso, así como la tarea de presionar al Poder y llegar a mostrar las posibilidades de un México nuevo, de un México diferente.
Pero aunque la obra de los tres sea prolífica, está orientada en un solo sentido, el de advertirnos que nuestro México tiene más posibilidades de las que le estamos dando. Fuentes nos exige que reflexionemos sobre el papel que a cada quien le toca en el proceso de reelaborar a un México que está en una situación angustiosa, pero que, aun así, sí puede llegar a ser el país con el que todos soñamos. Creo que la literatura tiene principalmente esa función.
Omar Arriaga: Fuentes y la
búsqueda de los orígenes
Y todo en México es eso: hay que matar a los hombres para poder creer en ellos.
Carlos Fuentes / Chac Mool
En su turno, el escritor Omar Arriaga ponderó los siguientes asuntos (la transcripción no es textual en algunos párrafos, pero en todos los casos respeto el contexto y el sentido de las frases originales):
Una amiga me preguntaba si existe alguna influencia de la literatura de Carlos Fuentes en las letras michoacanas y si esa influencia es visible. Yo le contesté que me parece que no, por lo menos no entre los autores jóvenes o pertenecientes a mi generación, ni más allá de lo meramente temático.
Carlos Fuentes abre un ciclo en México: el del escritor profesional que puede vivir de esa práctica. Antes de Fuentes, todos los escritores, incluidos Rulfo y Octavio Paz, que ya eran figuras consagradas en ese momento, no podían vivir de su trabajo como escritores. Tenían que ser funcionarios, burócratas, profesores... Pero, con Fuentes, ese profesionalismo que llega a la literatura abre nuevas posibilidades para que sean los jóvenes los que tomen ahora la batuta para continuar la búsqueda que Fuentes emprendió desde Los días enmascarados, que es su primer libro de cuentos y en el que ya están contenidas las semillas de todo cuanto desarrollará más adelante.
Una vez, hace varios años, platicando en el café de Las Rosas con Sergio J. Monreal, hablábamos del cuento Chac mool, que por un lado es una batalla entre lo prehispánico, con la aparición de esa estatua del dios maya de la lluvia y, por el otro, la herencia española, que no es meramente la herencia de un país, sino de toda la región del Mediterráneo.
Me parece que Carlos Fuentes siempre oscila entre estas dos búsquedas: por una parte la del pasado indígena que siempre ha visto a España desde la leyenda negra, pero también desde el origen español con Terra nostra y otras obras, como El espejo enterrado. En Chac Mool el protagonista está en cierto sentido luchando por su vida, y al final escapa a Acapulco, pero muere en el océano, porque parece que el dios de piedra que, en un sótano, está convirtiéndose en un ser humano, al final así lo decide.
La de Fuentes es una obra totalizante, que toca a menudo, con sus reinvenciones de la historia, un tópico de los años sesenta en México: el de que los novelistas mexicanos eran mejores historiadores que los historiadores mismos, al abordar temas que la historia no se atrevía a contar. Sin embargo, la literatura, como el cine y otras artes, no es historia, aunque se inspire en hechos reales. Es ficción. Y aún las novelas históricas en las que Fuentes trata de desentrañar el pasado deben verse con esa lupa. No puede darse por sentado que la realidad sea de esa forma.
El espejo enterrado es un ensayo clave en su momento, que se refiere a la búsqueda de nuestro pasado español. En ese libro figura un ensayo dedicado a la fiesta brava, en donde Fuentes alude a la corrida de toros como un rito en el que los españoles se encontraban a sí mismos. Ese es otro tema que causa escozor en nuestros días, cuando se ha estado prohibiendo la lidia en diversas partes. En su ensayo, Fuentes hace ver que parte de esa fiesta tenía un significado que nos pertenece y nos pone, como ocurría con las tragedias griegas, ante un personaje que se enfrenta a un Destino irrevocable en el que va a ser destruido. El choque tan fuerte entre la sensación de piedad por el inminente desenlace del personaje, junto con el sentimiento de repulsión por el propio proceder del personaje, llevaba al espectador del teatro griego a la catarsis, una purificación con la que ellos se limpiaban de cierta manera. No iban al teatro solamente en pos de una experiencia estética, sino de algo mucho más fuerte. Y parece que Carlos Fuentes está de acuerdo en que el hecho de acudir a la fiesta brava tiene que ver con una experiencia similar a la del teatro griego porque vamos a la plaza de toros, vemos el duelo entre el hombre y el animal y eso nos hace ver que todos estamos condenados a matar y a comer para poder sobrevivir.
Pero la parte que más me interesa de la obra de Fuentes son sus primeros libros. En ellos lo más importante es esa búsqueda de los orígenes. Ese cómo ir en pos de cómo forjar una identidad nacional. Parece que en este momento es necesario reinventar cuanto Fuentes plantó. Su influencia es decisiva, dejó mucho. En este México en el que vivimos sigue siendo vigente su legado pero, al mismo tiempo, parece que necesita ser completado porque hay cosas que se están quedando sin decir.
EN VIDEO / Participación de Sergio Monreal
Sejumov: Carlos Fuentes y la revolución institucionalizada
(…) Elegirás. Para sobrevivir, elegirás; elegirás entre los espejos infinitos uno solo, uno solo que te reflejará irrevocablemente y llenará de una sombra negra los demás espejos; los matarás antes de ofrecerte, una vez más, esos caminos infinitos para la elección.
Carlos Fuentes / La muerte de Artemio Cruz
Sergio J. Monreal Vázquez (Sejumov, de acuerdo al primero y, hasta donde sé, único seudónimo que el escritor ha empleado alguna vez, de forma regular, como columnista en medios impresos), comenzaría confesando que tiene algunos años peleándose de manera más o menos subterránea con Carlos Fuentes. “Por un lado es un autor que, personalmente, me toca. Aquellos puntos en los que la travesía de Carlos Fuentes coincide con la mía como lector, como mexicano y como ser humano, han sido altamente significativos. Entonces, puedo decir que es un autor al que aprecio y quiero”.
Pero al mismo tiempo –continuaría– es un escritor hacia el que tengo cierta incomodidad. Y, como suele pasar ante las gentes a las que queremos, durante muchos años pospuse el momento de cuestionarme qué es lo que me incomoda de Fuentes. A raíz del ochenta aniversario del maestro, ese tema pendiente volvió. Primero con sus pronunciamientos relacionados con el proceso electoral que acaba de entrar… en… no sé qué fase… y, después, obviamente, con el fallecimiento del propio escritor.
Ante todo quiero decir que eventos como el que nos reúne esta noche nos exigen ser lo suficientemente responsables y lo suficientemente generosos para que no se conviertan en ritos huecos, en formas de cortesía banales que terminan por dejar tan intacto al hipotético homenajeado como a los que estamos aquí: vamos en masa a una serie de eventos por todo el país e, incluso, a veces allende las fronteras, a repetir un montón de lugares comunes, a repetir un montón de rituales idénticos de los que uno sale con la sensación de que habría dado lo mismo hacerlos o no hacerlos, asistir o no asistir. Me parece que, en principio, los homenajeados –si algún valor tienen– no se merecen eso.
Y, por supuesto, nosotros mismos no nos merecemos esa falta de respeto para con nosotros mismos.
En ese sentido, apenas recibí la invitación del departamento de Literatura para participar en este acto de homenaje, me puse a pensar, a tomar apuntes y a tratar de clarificar mi relación con Carlos Fuentes, procurando que esa relación estrictamente personal pudiera, de alguna manera, generar algún eco entre los asistentes al evento de esta noche.
La primera cosa que voy a decir a lo mejor suena muy fuerte pero, bueno: es mi conclusión fundamental.
Considero que Carlos Fuentes, junto con otros escritores (en principio, sobre todo, Octavio Paz), es a la literatura mexicana lo mismo que el PRI: es, ni más ni menos, la revolución institucionalizada.
Yo sé que decir una cosa como esta puede sonar, simple y sencillamente, como un insulto para Fuentes. Pero me parece que, justamente en aras de dimensionar nuestra condición histórica y nuestra perspectiva como nación y como ciudadanos, es necesario que nos apartemos tanto de los prejuicios afirmativos como negativos. Yo sé que es difícil, sí, pero olvidémonos de que la revolución institucionalizada está relacionada con un partido político específico, porque la institucionalización de la revolución es un momento en la historia de este país y es un momento del que todos los mexicanos formaron parte, de una u otra manera.
En este sentido, pienso que necesitamos acabar con la idea de que hay una serie de Fuerzas del Mal, llámense Lex Luthor o el Duende Verde, que están atentando contra los buenitos e indefensos mexicanos, quienes estamos condenados a decirles: “¡ay!, yo soy bien bueno. Y te vencería…, pero nunca te puedo vencer”. No. La configuración de la historia humana, y en particular la configuración de la historia nacional, es el resultado de lo que los mexicanos somos capaces e incapaces de constituir.
De modo que, finalmente, debemos decir que la Revolución Mexicana es sin lugar a dudas el gran evento histórico para México en el siglo XX. Pero lo es a luz y a sombra. No podemos pretender que todo sea solamente luz o que todo sea sombra. En realidad es mucho más. Hasta antes de la Revolución Cubana (1959), nuestra Revolución era identificada como el gran evento histórico del siglo para todo el continente hispanoamericano.
Y realmente fue un gran momento. Fue un momento de reconstitución de la nación mexicana, pues una revolución hace justamente eso, revolucionar: derriba un orden antiguo, imagina una multiplicidad de posibles órdenes o desórdenes nuevos y trata de implementarlos.
La Revolución aportó intuiciones para una nueva idea de nación que de ninguna manera son unívocas, porque la idea de que todos los protagonistas de la Revolución Mexicana perseguían el mismo ideal es falsa; la Revolución fue Villa, fue Madero, fue Zapata, fue Carranza, y cada uno tenía sus propias ideas acerca del país que necesitábamos. Y, finalmente, el país resultante es la mezcla de todo eso: de transar, de acordar, de discutir, de ir a reunirse en Querétaro en el Congreso Constituyente a debatir las múltiples intuiciones de país que había.
Y el gran resultado de la Revolución Mexicana es la contradictoria, importantísima, fundamental, pero de ninguna manera impoluta ni perfecta Constitución Mexicana. Así que el paso de este movimiento armado, de esta lucha intensa para regenerar y reinventar una nación, termina por consolidar un orden institucional, con todo lo que eso tiene de positivo y de negativo.
A nosotros nos ha tocado vivir el momento de la euforia neoliberal, que sostiene que las instituciones son la peor cosa que tiene este país y que hay que tirarlas para que todo sea propiedad de la Iniciativa Privada. Y ese es un discurso intencionado que nosotros nos tragamos completo. Es evidente que en la infraestructura institucional generada por la Revolución Mexicana y que comenzó a ser desmantelada a partir de 1982, hay mucho de negativo y que nos tiene verdaderamente nefasteados como mexicanos. Pero parte de nuestra obligación es reconocer al mismo tiempo los valores fundacionales depositados en ese andamiaje institucional. Este país no sería el mismo sin una Secretaría de Educación Pública, sin una Universidad Nacional y sin un Instituto Nacional de Bellas Artes, sólo por poner tres ejemplos.
Y es en este sentido en el que me ocupo de este aspecto: hicimos la Revolución y luego la revolución se institucionalizó. Yo tengo la impresión de que eso es exactamente lo que hacen Octavio Paz con la poesía y Carlos Fuentes con la novela. Es decir, generan una revolución y es una revolución poca madre: están reinventando la manera de soñar el mundo desde México y de rearticularlo a través de la palabra a partir de las reglas específicas de la lírica (con Paz) y de la novela (en Fuentes). Pero en la misma medida en que les correspondió la invención de ese sueño posible, también les correspondió –¡y ojo!: les correspondió porque ellos así lo decidieron– la institucionalización de esas intuiciones revolucionarias.
Y seríamos absolutamente irresponsables si pasáramos esto por alto.
Hay que decir que Carlos Fuentes es uno de los más grandes novelistas que ha habido en la historia de este país, de la misma manera en que Octavio Paz es uno de los más grandes poetas que ha dado la historia de este país. Pero también hay que decir, junto con eso, que también han sido dos de los más grandes caciques culturales que ha habido en la historia de este país.
Y se podría aducir: “bueno, pero esa es su vida, no es algo que se refleje en su obra”. Por supuesto, eso no es cierto. En el caso específico de Carlos Fuentes, que es quien nos ocupa esta noche, eso es completamente transparente.
Coincido con varias de las cosas que ha dicho Omar Arriga en su intervención, pero particularmente en el asunto de que hay una diferencia cualitativa entre las primeras travesías creadoras de Carlos Fuentes y las últimas. Y no porque el Carlos Fuentes de las primeras obras sea mejor escritor que el de las últimas (al contrario, probablemente el escritor de las últimas décadas sea infinitamente superior a aquel joven que se destapó de manera deslumbrante en los años cincuenta).
La diferencia es que el joven escritor de los años cincuenta fue más que un escritor: fue el agente de una revolución de la conciencia espiritual de lo mexicano. Y eso, que Carlos Fuentes fue capaz de hacer en títulos como La región más transparente, Aura o La muerte de Artemio Cruz, no fue capaz de volver a hacerlo. Y uno se preguntaría por qué Carlos Fuentes ya no fue capaz de escribir otra obra de la magnitud, la pertinencia y el alcance de La región más transparente, a pesar de que él fuera cada vez más lúcido en términos intelectuales y ensayísticos. El novelista da la impresión de que sufrió una suerte de estancamiento. No literario, sino espiritual. Y esto es lo que me parece clave para comprender la figura de Carlos Fuentes.
Porque Fuentes formó parte de un momento de la historia de México en la que había cosas que estaba permitido decir y otras que no. Y Fuentes eligió jugar en esa parte de la cancha en la cual, si querías figurar, si querías escribir, si querías destacar, tenías qué asumir como un acto de voluntad el callarte ciertas cosas.
Del otro lado ¿quiénes están? O bien los perseguidos, como José Revueltas, o los ninguneados, como Francisco Tario o –una generación después– Jesús Gardel. Y son este tipo de cosas las que me han estado dando vueltas en la cabeza porque son temas de pertinencia nacional… no en el sentido de “agenda política” o de alguna agenda literaria, sino en los términos de quiénes queremos ser en las próximas décadas y quiénes hemos sido hasta hoy.
Carlos Fuentes es nuestro gran cronista de los orígenes. La novela de la Revolución, de la cual me parece que Fuentes es el punto culminante, está autorizada para hacer eso: puede contarnos cómo se construyó la Revolución Mexicana y nos lo narra en términos de espesísimas sombras. No hay literatura más sombría que la de Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán o Nelly Campobello, porque a esa literatura le ha estado permitido el decirnos “¡mira! la Revolución Mexicana consintió la traición, consintió la usura y la tranza”.
Pero después… ¿Qué faltó? ¿Qué falta en este país, desde esa perspectiva literaria totalizadora, de la cual participó Carlos Fuentes, así como otros escritores de su generación? Falta la gran novela del priísmo. ¡Jamás se escribió!
Es decir: se escribió la novela de cómo se institucionalizó la Revolución Mexicana. Pero ya no hubo espacio, ni tiempo, ni permiso para que se contara el cómo y el por qué del corporativismo de órganos como la CTM o las centrales campesinas, así como la persecución de la disidencia política. Todas esas fueron temáticas que se comenzaron a dirimir en la periferia de la crónica, del periodismo y de la literatura.
Es en este punto donde las disidencias literarias de ese momento cumplen un papel similar al de las disidencias que, en el terreno de las artes plásticas, se dieron a partir del movimiento muralista de comienzos del Siglo XX y más allá de los muralistas. En este sentido coincido plenamente con el juicio de Carlos Monsiváis cuando propone que Carlos Fuentes es a la novela el equivalente de lo que fueron al muralismo Orozco, Siqueiros y Rivera. Y es que, como todos sabemos, las grandes disidencias, las grandes preguntas y las grandes intuiciones de la plástica nacional tuvieron que ser formuladas no sólo fuera del muralismo, que ya se había institucionalizado, sino a contracorriente del muralismo.
Todas estas consideraciones no pretenden ser una conclusión, sino más bien lo que tendríamos qué perseguir en eventos como este. Son nudos de problematización que no nos corresponde responder a los que nos dedicamos profesionalmente a la literatura sino que, finalmente, si la obra homenajeada realmente tiene la pertinencia que intuimos, nos atañen íntima y personalmente a todos y a cada uno como mexicanos, como seres humanos y como individuos.
Marco Antonio Aguilar Cortés: Carlos
Fuentes y la mirada internacionalista
“[En Latinoamérica] se puede hablar de una cultura continua desde los descubridores hasta nuestros días […] La tradición política es más frágil, se ha interrumpido demasiadas veces”.
Carlos Fuentes / El siglo que despierta
Al término de la mesa de comentaristas, el Secretario de Cultura de Michoacán, Marco Antonio Aguilar Cortés, protagonizó una breve intervención para agradecer a los ponentes y aportar algunas visiones propias al tema. Dijo:
Lo que ha hecho la Secretaría de Cultura esta noche ha sido convocar a un público sensible. Gracias por la asistencia de todos ustedes. Y, por otra parte, lo que ha hecho la Secretaría de Cultura al invitar a Omar, a José Luis y a Sergio, es reunir a autores valiosos, de talento, de imaginación y de estudio; no sólo en el campo de la literatura, sino dentro de los fenómenos sociales que vive México.
Cada uno de ustedes, con su modo, con su objetivismo, con su sistema, revelan también esa sensibilidad de carácter social.
Para una de las generaciones del Siglo XX, de la cual formo parte, hubo en nuestra educación secundaria, preparatoria y de facultad tres grandes escritores de nuestro país: Octavio Paz, Carlos Fuentes y Fernando Benítez. Eran Los Tres Grandes, y de una u otra manera tuvimos contacto con sus obras. Pero nuevas generaciones, como las de ustedes, encuentran nuevas perspectivas y distintas interpretaciones sobre ellos.
Fueron, sin duda, gente que fue autoridad en el campo de la literatura. Y eso –dice alguno de ustedes– los hizo caciques. Tendríamos que plantearnos si hay caciques buenos y caciques malos. Pero esa no deja de ser sino una metáfora. Lo cierto es que dominaron la escena cultural del país, pero la dominaron a partir de la calidad.
Y en el caso de Carlos Fuentes, desde mi perspectiva, a diferencia de Octavio Paz y de Fernando Benítez, es un autor que contó con una visión más internacionalista, en lo que tuvo que ver seguramente su nacimiento en Panamá y el formar parte de una familia de diplomáticos que pasaban de un país a otro, mientras el niño que los acompaña iba viendo lo que es Montevideo, Buenos Aires o Quito. Incluso lo que es Europa.
Y parece que no, pero el temperamento de una gente que sabe que el mundo no termina entre el Punhuato y el Quinceo da una visión distinta, tanto de la Revolución Mexicana como de sus personajes. Eso es lo que hace Fuentes: da una visión diferente; los otros autores la tuvieron después, pero Fuentes, desde niño, gracias a su formación, adquiere este elemento especial que es el que me parece que distingue su obra.
A Octavio Paz y a Fernando Benítez tuve el honor de conocerlos y tratarlos. A Carlos Fuentes solamente por teléfono, una vez, para invitarlo, en 2002, a que aceptara dar el discurso oficial del 8 de mayo en el Colegio de San Nicolás. Me dijo: “no se imagina, pero tengo que salir en dos horas de aquí porque cumpliré una estadía en Londres”. Recuerdo su voz. Pero lo importante es que su obra dejó impacto en nosotros desde Las buenas conciencias. Con una estructura muy universalista de lo que era la vida. O el tratamiento de Aura para esa misma mujer en dos cuerpos distintos.
En fin. Lo hicieron muy bien. Los felicitamos y les agradecemos. También los invitamos a que en fechas posteriores también podamos traer a otros autores, como hemos hecho esta noche con Carlos Fuentes, para colaborar a difundir el quehacer de los artistas y pensadores sobresalientes.
Fuentes desde la
lectura dramatizada
A la luz de la luna / he de suspirar, / me sentiré feliz, / reviviré tu amor, / me acordaré de ti. / Y al abrir las orquideas, / me inundaran de luz (…)
Vincent Youmans / Orchids in the Moonlight, 1933
La noche concluyó con la lectura dramatizada que el actor Felipe Nájera hizo de un fragmento de Orquídeas a la luz de la luna, la tercera dramaturgia escrita por Carlos Fuentes.
Lo interesante con este texto (que recién descubrí completo hace unos tres años, buscando cierta información específica del actor y director norteamericano Orson Welles), es que por debajo de su gracejo humorístico y de su aparente tono menor es un drama de alcances trágicos.
La obra nos presenta a Dolores y María: dos ancianas, probablemente chicanas, que se marchitan en un departamentito de Venice, California, mientras sueñan y se convencen a sí mismas de que en realidad son las divas a las que admiran: Dolores del Río y María Félix, en cuyas personalidades se desdoblan continuamente.
Este tratamiento parateatral le permite a Fuentes no sólo jugar con los guiños surreales y metafísicos que participan de buena parte de su obra literaria, sino reflexionar sobre los grandes temas de la relación entre los mitos y el sentimiento de pertenencia, así como en la manera en que medios como el cine sirven de canal a esa relación.
Desde otro plano, la obra sirve también para explorar pasajes diversos en la vida de esas actrices que se constituyeron en verdaderas estrellas nacionales, cuando nuestro cine aún era una industria, y para poner en perspectiva los temas de la fama, el olvido y la intemporalidad del fenómeno cinemático.
La interpretación de la primera parte del texto corrió a cargo de un muy correcto Felipe Nájera, actor y director que ya tiene un camino muy recorrido en este asunto de interpretar a La Doña y de participar en ejercicios unipersonales o de stand up comedy a la mexicana. Nada menos, en 2009 estrenaba la puesta de Palabras de Mujer, en la cual ya daba vida a María Félix (mientras que Alejandra Barros lo acompañaba interpretando a Dolores del Río).
Por lo pronto, para concluir, vale la pena recordar que el título de este trabajo teatral fuentesiano es ya, por sí solo, un homenaje a Dolores del Río. Es el título de un tango escrito por el popular compositor Vincent Youmans como tema musical del filme Volando hacia Río, uno de los primeros títulos del cine sonoro norteamericano, rodado en 1933. El estelar femenino de esa película lo llevó, precisamente, nuestra Dolores del Río, quien tuvo el privilegio de bailar el tango con el inmortal bailarín Fred Astaire (aunque el protagónico masculino no fue para Astaire, sino para el actor Gene Raymond).
Periodista de cultura. Vive, ama, trabaja, juega y a veces duerme en Morelia desde 1986. Ha sido integrante de los equipos fundadores del extinto vespertino "Buendía" (1990) y del diario "Cambio de Michoacán" (1992). Ha escrito en la sección de cultura de "El Financiero" y en las páginas de "La Voz de Michoacán" en tres periodos (1986-87, 1994-2000 y 2002-2009). Ha procurado especializarse en teatro, artes visuales y cine. Desde 2009 optó por abandonar los medios impresos y abrió el blog poliedrodigital.