Alicia Calles, la abuela de la cineasta, en su luna de miel en 1928, fotograma del pietaje tal como se ve en El General / Cortesía de la familia Almada.

“¿Cuál es el primer recuerdo de tu papá?”, propone la voz en off del escritor y periodista Mauricio González de la Garza (1923–1995), para azuzar la memoria de Alicia Calles (1911-1984), hija del general Plutarco Elías Calles, en la frase que abre el filme El general (Natalia Almada, 2009). Desde la intimidad familiar de tal pregunta, la película despliega las idílicas imágenes en blanco y negro de aquella Alicia Calles, la amada “abuela Tita” de Natalia, en el yate de su viaje nupcial de 1928, justo en el último año como mandatario de Calles.
Las imágenes del pasado (esa realidad latente sin la cual es imposible explicar o siquiera significar el presente), recurrirán a lo largo del metraje del documental, intersectadas por las imágenes a color de un presente también esencial para poner en perspectiva todo lo que “ha sido”, aquellas causas de las que somos una consecuencia.
Lo más intenso del documental de Almada reside en esto: hay en El general un permanente viaje de ida y vuelta entre lo que fue y lo que es. Un diálogo explícito de correspondencias, ecos y contradicciones entre los atisbos del recuerdo y los de una mirada que escudriña los escenarios del México de hoy.

Niño vendiendo juguetes en el centro de la Ciudad de México, como se ve en El General / Cortesía de El General

Entre tres mundos
Por lo menos tres mundos se engarzan en El general, el notable documental de Natalia Almada que se ha exhibido dentro de las jornadas de Ambulante 2010 en Morelia.
Esos tres mundos son el México postrevolucionario que le correspondió inaugurar al general Calles (bisabuelo de la realizadora); el pequeño mundo burgués de la hija del general, Alicia (la abuela de la cineasta, fallecida cuando Natalia Almada tenía 14 años de edad), y el México contemporáneo desde el cual la documentalista hurga en las continuidades y rupturas que le dan sentido a cuanto ve y a cuanto evoca.
Desde este enfoque que comienza siendo microhistórico, pero cuya virtud es que va ampliando su mirada hasta alcanzar perspectivas muy, muy amplias, el filme reflexiona intensamente sobre la relación entre el presente y el pasado. A partir de una concienzuda investigación y de una atenta mirada a la realidad que nos rodea, la autora hila muy fino y su material termina mostrando las contradicciones de una realidad (la del México postrevolucionario) que ha agotado sus condiciones de posibilidad.
Esta me parece la almendra del filme. Natalia Almada mira hacia los días que marcaron el nacimiento del “México de instituciones” (el que fundó Calles, una vez concluida la llamada “era de los caudillos”) y pone a dialogar ese periodo con con el pulso cotidiano de la ciudad de México en 2006 (momento al que corresponde la mayor parte del rodaje y que tiene como uno de sus contextos el proceso de las elecciones presidenciales).

Un fotograma de la película inconclusa ¡Que viva México!, en la que Eiseinstein exaltaba el movimiento revolucionario.

Contrastes sin medias tintas
Hay una mirada amorosa de la cineasta hacia sus recuerdos (inevitable, ¿no?) pero mentirá cualquiera que afirme que el cariño ciega la imparcialidad de la realizadora. Por el contrario. El filme está lleno de observaciones incisivas, en algunas ocasiones ligeramente irónicas, en otras ácidamente pragmáticas, todas resultado de la investigación y de la observación directa (una de las más agudas, cuando el filme se ocupa de los grandes pivotes de la fe mexicana, es la observación que hace la autora cuando señala: “por lo visto, la institución más confiable de todas en México es la Lotería Nacional: fundada en 1771, nació durante la Colonia y ha sobrevivido a la guerra de Independencia, a la Reforma, a la Revolución y a la caída del PRI”).
No hay medias tintas en el filme. Siendo Calles el mandatario que impulsó la guerra cristera, por ejemplo, la cineasta se permite dos observaciones que matizan puntualmente esa realidad: el hecho de que precisamente en aquellos años el general hubiera enviado a su hija, Alicia, a estudiar a los Estados Unidos, donde la internó en un colegio católico (“qué ironía”, dice la cineasta, en tanto que su abuela recuerda amargamente cómo las monjas del plantel veían las noticias de la cristiada en México y la estigmatizaban por lo que estaba promoviendo su padre en México), así como una secuencia intensa que combina metraje de 1934 y de 2006, en los que se observan las tradiciones y modismos de la peregrinación a la Basílica de Guadalupe (“estoy segura que un videoasta que grabe la fiesta de la Guadalupana dentro de setenta años –dice Natalia en off– captará exactamente las mismas imágenes”, acentuando la poderosa e imbatible presencia de la fe a nivel popular).
El diálogo entre distintos tiempos, así como entre los diminutos detalles de los recuerdos personales y los grandes matices de los hechos históricos, permite en muchos momentos conexiones deslumbrantes y reveladoras. Por ejemplo aquella en la que la abuela de Natalia evoca los apodos que le habían impuesto a Calles, muchos de ellos despectivos, junto con una eficaz edición en la que vemos a una vendedora actual cuyo puesto también ofrece máscaras ridiculizadoras de Vicente Fox, de Andrés Manuel López Obrador (gallito de látex bien enhiesto incluido) y de Felipe Calderón.

Luchador enmascarado en una marcha contra los resultados oficiales de las elecciones presidenciales de 2006, como se ve en El General / Cortesía de El General.

De la vox populi al cruce de imaginarios
La importancia que Natalia Almada le otorga en esta película a la Vox Populi, a la masa, a los “hombres de a pie”, que conforman en última instancia al grueso de la población mexicana, se plasma en una serie de numerosas entrevistas con vendedores ambulantes, puesteros de mercado, obreros taxistas, microindustriales y asalariados de distinto cuño, de quienes toma constantemente el pulso de sus creencias, sus pensamientos y sus juicios políticos.
Este acento es importante. Dice el refrán: “Vox populi, vox Dei” (“La voz del pueblo es la voz de Dios”). Esto es así, entre otras razones, porque la del pueblo es la voz del sentido común… ese que sirve para mostrarnos cómo son las cosas (aunque no sea capaz de explicarnos su por qué). Pero la claridad de una mirada para saber, por lo menos, cómo es lo que nos rodea, es ya un altísimo triunfo. Despierta las preguntas que pueden conducir a las respuestas necesarias.
A su vez, la interacción de los tres tiempos ya citados y de los segmentos dedicados a registrar las voces del pueblo se enriquecen en este documental con una fuente adicional: pietaje original de tres películas cuyas intenciones y tonos complementan cuanto vemos: el drama histórico ¡Viva Zapata! (Elia Kazan, 1952), la comedia Si yo fuera diputado (Miguel M. Delgado, 1952) y el inconcluso proyecto ¡Que viva México! (Serguei Eisenstein, 1930-1932, para cuyo rodaje el cineasta ruso tuvo que solicitar permisos y licencias al gobierno de Calles).

Imagen original de la Virgen de Guadalupe, como se ve en El General / Cortesía de El General.

En la intersección de un nuevo orden
Desde todas estas perspectivas, El general no brinda en sí ningún retrato al uso de la figura histórica del general Calles. Es, en cambio, un mosaico de testimonios y reflexiones acerca del sentido de la memoria y de cómo es posible ir erigiendo a partir de eso una historia colectiva. Poniendo en diálogo el México de la época de su abuela Alicia, de la época del general Calles y el México contemporáneo, Natalia Almada nos comparte generosamente la visión de qué cosas han cambiado, cuáles siguen iguales (o muy similares) y las perspectivas que hacen posible percibir lo que es hoy el país a nivel sociopolítico.

Fragmento de un cartel alternativo para el filme Si yo fuera diputado (1951), protagonizada por Cantinflas.

Ahorcados en los postes de la vía férrea, en Jalisco, durante los momentos más álgidos de la guerra cristera en México.

El resultado, como se ve, es mucho más amplio de lo que habría sido una mera biografía convencional acerca de un bisabuelo o la mera recuperación de la historia familiar de un proyecto inconcluso (la nunca emprendida biografía de Calles escrita por Alicia, hija del mandatario y abuela de la cineasta).
El hecho es que en 1978, Alicia Calles (nos indica el documental) grabó seis horas de audio con los primeros apuntes para el proyecto de un libro, impulsada por su amigo, el periodista Mauricio González de la Garza. El proyecto no prosperó y fue hasta el año de 2002 cuando el padre de Natalia le entregó a la cineasta las cintas magnetofónicas, hasta entonces desconocidas.
Desde este material, que es la plataforma de la película, la cineasta nos obsequia un viaje a través del recuerdo y de la memoria, pero también nos brinda un recorrido por los paisajes de una realidad actual, en donde los recuerdos de una hija y la historia de un país se confrontan, se complementan, se contradicen y nos brindan una de las miradas más lúcidas de nuestro tiempo: una mirada a este México de tercer milenio colocado en el difícil trance de reajustarse a las exigencias de un mundo para el cual los viejos principios del interés social o de la justicia popular (una justicia nunca alcanzada más allá de los discursos) ha abierto una brecha incómoda e incierta, en la que las nuevas reglas del juego todavía no terminan de configurar el tipo de patria o de nación que nos depara el futuro inmediato. Una película extraordinaria.

Mural con personajes populares en uno de los muros de La fortaleza, inmueble demolido en el corazón de Tepito / Fotograma del filme El general.

Acerca de la realizadora
Natalia Almada ha dirigido La memoria perfecta del agua, documental experimental que recibió varios reconocimientos internacionales; Al otro lado, su multipremiado largometraje documental sobre narcocorridos y migración; y El General. Su trabajo se ha presentado en el Festival de Sundance, el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Museo Guggenheim, la Bienal del Whitney, INPUT y el Seminario Flaherty, así como en universidades, conferencias y festivales alrededor del mundo. Es licenciada en Artes Visuales con maestría en Fotografía por la Rhode Island School of Design.

Vista parcial del Monumento a la Revolución, donde se encuentran, entre otros, los restos de los presidentes Calles y Cárdenas del Río.

Palabra de directora
En el kit de prensa de El general figura la siguiente declaración de Natalia Almada:
“Para mí el cine es el diezmo para la memoria. Un costo que estoy dispuesta a pagar para darle sentido al mundo. Es la manera de encontrar el lenguaje para expresar lo que veo y lo que pienso. Es la manera de cuestionarme: ¿Cómo re conciliamos las contradicciones entre nuestra memoria familiar y la memoria colectiva de un país?, ¿cómo se fabrican la memoria y la historia?, ¿cómo reconcilio mi realidad con la historia de mi familia?, ¿cómo yo, una mexicana, puedo entender México a través de una mirada histórica?”
“En el inicio de la película Sans Soleil, de Chris Marker, el narrador dice: ‘No sé cómo pueden recordar aquellos que no filman’. Para mí, hacer cine es una vía para recordar y crear una memoria donde esta está ausente o donde se requiera una para el día de mañana. Si bien las tres películas que he dirigido en los últimos ocho años difieren mucho en su contenido, su forma y su estructura, están inspiradas por mi curiosidad para explorar cómo el pasado define quiénes somos hoy y crear una memoria visual que refleje la manera como veo al mundo”.

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