Perdida, de Viviana García Bresné

La memoria recuperada

El filme de García Bresne recupera momentos clave de la industria del cine mexicano durante el siglo pasado.

¿Cómo se forja un imperio cinematográfico? Sobre todo, ¿cómo se le da forma para convertirlo en un semillero… no sólo de dinero, sino de sueños que configurarán buena parte de la fisonomía imaginativa y sentimental de un país?
De esto se ocupa el documental Perdida (Viviana García Besné, 2010), una de las cartas más provocadoras que se dejan ver este año en materia de documental en las jornadas del Festival Internacional de Cine de Morelia.
Una de las cosas cautivadoras de la opera prima de García Besné es que se mantiene todo el tiempo entre dos aguas: las del relato microhistórico, íntimo, doméstico, que hurga en el pasado familiar de la cineasta, y las de la gran épica del cine mexicano, que involucra a actores, cineastas y productores que hicieron posible la construcción de nuestra filmografía nacional.
La combinación de ambos mundos es inevitable, ya que la cineasta es nieta del magnate Jorge García Besné, bisnieta de José Calderón y sobrina de Memo y de Pedro Perico Calderón, patriarcas de la industria fílmica nacional en un arco que se extiende, grosso modo, de 1920 a 1980. Un linaje de productores que tuvieron a su cargo compañías como Azteca Films, Cinematográfica Calderón, Producciones Calderón y, lo que es más importante: fueron dueños, hasta la década de los cincuenta, del circuito de exhibición cinematográfica Alcázar (más de treinta salas, ubicadas mayoritariamente en Chihuahua y Nuevo México).
Dice la autora en entrevista: “Como lo digo en la película, lo que pasó es que los recuerdos que me contaba mi abuelita no se parecían en nada a lo que los libros de cine contaban de mi familia. Yo me preguntaba dónde estaban las crónicas de todo eso, porque no hay nada escrito de mi bisabuelo, aunque mi abuelita insistía en que él fue el que trajo el cine sonoro a México. Entonces, al empezar a buscar esa historia particular, me fui topando con cosas increíbles: rollos de películas con imágenes de mi bisabuelo y Lupe Vélez, amoríos entre mi abuelita y Ricardo Montalbán… también descubrí que mis tíos abuelos fueron los productores pioneros en los desnudos del cine mexicano y me enteré de cómo dio inicio el género de rumberas y que mi abuelo produjo las primeras películas de El Santo… De modo que, a final de cuentas, Perdida es una reflexión sobre la memoria”.
“¿Y cómo tomó todo esto tu familia? ¿Tu abuelita ya vio la película?”, se le pregunta.
“Sí. Yo le mostré una copia cuando el proyecto, que me tomó cuatro años, estaba casi en su corte final. A mí me interesaba mucho su opinión y ella se lo tomó muy bien, con mucho humor. En general, la familia estuvo satisfecha. Sólo recuerdo que en algún momento me sugirieron que retirara del documental la parte dedicada a las dobles versiones de las películas de El Santo, porque mi tío Perico se podía molestar. Naturalmente les dije que no, porque esa es mi parte favorita. Y la dejé. Pero ellos tuvieron razón: mi tío se enojó mucho… sin embargo, luego se contentó”.
Consciente de la magnitud que tiene este filme para la historia del cine mexicano, la realizadora señala que Perdida, con sus casi dos horas de metraje, es apenas una mínima parte de todo el material que ha recuperado:
“Hice muchísimas entrevistas que no salen en el documental, por ejemplo a técnicos ya muy viejitos de los estudios Churubusco, porque sabía que se iban a morir y yo necesitaba crear un panorama que me ayudara a entender el contexto en el que se insertaba la historia que iba a contar; había que dejar que esa gente hablara. Por otro lado, algo que sale muy poco en el documental y que es un material que aporta muchísima información son las cartas familiares en las que mi bisabuelo o mis tíos escriben acerca de situaciones muy diversas: contratos, propuestas, incidentes, decisiones… Tengo allí el archivo, esperemos que algún día le sirva a alguien más”.
“A mí me da mucha tristeza lo que ha pasado con las bodegas de Azteca Films en Chihuahua –dice más adelante–; a los nuevos dueños no les interesó el material que estaba guardado y lo tiraron; se perdió. Pero esta es una actitud general. Los productores del país ya no son tan cuidadosos como los de antes, ya no les importa conservar sus acervos. Por eso me parece tan importante que Perdida sea capaz de inspirar a otras personas relacionadas con la industria del cine mexicano para que se animen a emprender proyectos parecidos al mío. Me da gusto ver que esto no es sólo una posibilidad. Ayer (el lunes), tras la primera función de Perdida en Morelia, se me acercó una persona que es familiar de ex-productores de Estados Unidos que conocieron a mi abuelo y que trabajaron con él; me dijo que ellos tienen algunos materiales y que vale la pena hablar con ellos, de modo que la película ya está empezando a rendir los frutos que espero”.

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