Cairo's Puppeter theatre

Misión oficial

Con las ropas astrosas y un humilde sombrero de paja, pero desbordando una nobilísima dignidad, el corpulento titiritero trashumante (Mohamed Fawzy, quien también es el director de esta puesta) ingresa al escenario, acompañado por un delgaducho asistente clown. El personaje jala tras de sí un voluminoso arcón-mundo del que fluye toda su magia.
Con esta enorme y estilizada bola de cristal e instalados ambos, titiritero y esfera, en el extremo derecho del escenario, quedará libre el resto del espacio para que allí se materialicen los relatos y las visiones de un mundo, a la vez maravilloso y cotidiano, que llamamos “imaginación”.
Este es el contexto en el que se desenvuelven los diferentes cuadros escénicos de Misión oficial, con la que el Cairo’s Puppeter Theatre, representante de la República Árabe de Egipto, se presentó en el Festival Internacional de Títeres de Morelia.

En Misión oficial, hablada en árabe y con apenas unas cuantas palabras proferidas en español, la barrera del idioma impedirá disfrutar, por ejemplo, del poema de Essam Tawfiq. Sin embargo, como la propuesta de estos artistas de Oriente Medio es absolutamente visual y como los lenguajes del gesto, del color, del movimiento y de la imagen son universales, es poco lo que se perderá y nadie podrá reprochar que (nunca mejor dicho) el espectáculo “esté en árabe”.

Misión oficial es, ante todo, un homenaje a los contadores de historias, a esos hombres, que ya con el más humilde de todos los recursos (el de la palabra oral) o desde las más modernas tecnologías de comunicación y conectividad (como la internet), mantienen viva una actividad esencial del hombre: la de narrar y la de ser narrado.
Y como el escenario de los artistas callejeros que protagonizan este trabajo es la vía pública, Misión oficial comenzará con un par de números en los que los personajes aprovechan los fenómenos propios de la intemperie, como el de un violento aguacero, para articular una bella coreografía con paraguas.
La danza tradicional Al Tanoura, inconfundible por su estructura a base de giros y propia no tanto de Arabia, sino de Turquía (más bien, propia de la tradición sufi, que se extendió por todo Oriente Medio, y cuya esencia es representar el sentido del éxtasis de quien dialoga con el Infinito), figurará en otro de los cuadros, enriquecida con variaciones fantásticas. Más adelante, ya con títeres, veremos a un grupo de músicos y bailarines emprender su espectáculo callejero.
Estos preámbulos darán paso a una segunda parte en la cual, empleando teatro negro (todo a oscuras y con los titiriteros enfundados en mamelucos negros, para invisibilizar sus manipulaciones), habrá momentos notables, como aquel en el que una presencia de aspecto humano va cobrando forma, paulatinamente, a partir de la suma de objetos variopintos y aleatorios, o el cuadro dedicado a una cascarita callejera de futbol en la que los titiriteros pueden jugar no sólo con el balón, sino con las nociones de tiempo, ritmo y perspectiva –un poco a la Matriz (hermanos Wachovski, 1999)–.
La presentación de la Compañía de Teatro de Títeres de El Cairo irá así, pues, modulando sus recursos expresivos hasta alcanzar el cuadro final (de un sabor inconfundible al de las Mil y una Noches), aquel del que habla la sinopsis en el programa: Al cruzar el umbral de los sueños, llegarás a la Ciudad del Amor, donde tus deseos serán más dulces y los colores más brillantes que la luz del sol.

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