I Jornadas Dionisiacas

La mejor acompañada


Quinta función de las Jornadas Dionisiacas. Casa llena en el auditorio Silvestre Revueltas de la Escuela Popular de Bellas Artes. El programa de la noche anuncia el espectáculo Sola, a cargo del grupo Ápeiron Teatro, de la ciudad de México. Dirige Fernando Martínez Monroy y actúa Pilar Villanueva con música en vivo.
La puesta ha sido anunciada como una sesión de improvisaciones. Durante la larga espera para ingresar a la sala se le ha pedido al público que escriba, en un papel entregado exprofeso, alguna frase simple y descriptiva. Los papeles serán depositados más tarde en un recipiente de cristal, en el escenario, del cual serán azarosamente extraídos por la actriz para que cada frase dicte el rumbo de las improvisaciones.
Hay mucha expectación entre los asistentes, la mayoría de ellos perteneciente a la comunidad teatral de la EPBA, por presenciar el trabajo. Después de todo, Áperion Teatro tiene una historia sólida, que se remonta a fines de los noventa, y el director Martínez Monroy cuenta con una excelente reputación como experto en géneros, estilos, dirección escénica y teoría dramática. Por lo que atañe a Pilar Villanueva, a comienzos de esta década obtuvo el premio de Mejor Actriz en el Concurso de Teatro Trágico Griego (todo un desafío), convocado por el Instituto de Cultura de la Ciudad de México.
Con esos antecedentes, se emprende la puesta en escena de Sola.
Poco más de una hora más tarde, el público sale enteramente satisfecho: asombrado y alegre a partes iguales. Los artistas han cumplido y no han decepcionado una sola de las expectativas puestas en ellos.



Seis estampas
Fueron, en total, seis ejercicios de improvisación, a partir de los cuales Pilar Villanueva pasó revista a géneros y estilos como el melodrama, la tragedia, el cuento infantil, la comedia de enredos, el vodevil y el género epistolar.
La velada comenzó con un cuento escénico. La actriz salió a escena, dialogó con el público, con su acompañante musical, y procedió a extraer el primer papel, cuya frase sentenciaba: “Gumersindo y su silla voladora”.
El relato al que Villanueva dio vida teatral a partir de la frase (y con clarísimos acentos que remiten a la narrativa de autores como Horacio Quiroga) se convirtió en la historia de un niño diminuto y minusválido que, confinado a una silla de ruedas, sueña que camina, que corre, incluso que vuela, pero que al final de sus andanzas se siente tan cansado que anhela de nuevo volver a su silla. Una silla que, por el poder soberano de la imaginación, se transforma en el equivalente occidental moderno de cualquier maravillosa alfombra voladora.
La ternura de esta apertura dio paso al melodrama propio del cine mexicano de la Época de Oro. Para el segundo ejercicio de la noche, mientras la actriz hablaba de su pasión por el cine, el papel que seleccionó le obsequió la frase de aquella famosa película llamada “Descubriendo mi mundo interior”.
Y he aquí que la actriz articuló un melodrama mexicano perfecto en sus constantes tópicas. En término de personajes, por ejemplo, ninguno faltó a esa cita: la femme fatal destructora de hogares, los bebés llorones, la esposa/madre abnegada que todo lo soporta, el tendero que azuza y cuestiona a la mujer ninguneada como si fuera la voz de su conciencia, así como el galán protagónico en plan de macho con conflicto de conciencia (“es que, desde que abandonó la carpintería esa, en la que trabajaba, está confundido; está buscando su mundo interior”) y el proverbial desenlace feliz con guiños inconfundibles a Nosotros los pobres y otros filmes nacionales de hace sesenta años.
Y del melodrama mexicano y las carcajadas explícitas, la intensidad subiría hasta conducirnos a la tragedia lorquiana a partir de la frase “No quiero nada para mí que no sea para los otros”, desde de la cual la actriz organizó una representación que hizo suyos los temas, tonos y contenidos de títulos como Yerma, La casa de Bernarda Alba e incluso algunos poemas del autor andaluz.
Pero lo mejor aún estaba por llegar. Declarada admiradora de los sonetos de Sor Juana Inés de la Cruz, cuyo contexto condujo automáticamente al teatro del Siglo de Oro español, Pilar Villanueva se ofreció recordarnos una obra maestra inexistente: cierta obra de Sor Juana que el azar de los papelitos quiso que se llamara, cuando al fin lo extrajo, “No soy perra, pero igual muerdo”.
A esas alturas, con el público en su bolsillo, totalmente entregado a la complicidad, la actriz emprendió un extraordinario híbrido entre los sonetos que caracterizaron a la Décima Musa y las comedias de enredos propias del periodo. Construyó así el relato de una muy despierta mujer enamorada que echa mano de todo tipo de argucias (en las que desde luego, interviene la alusión a los canes, sus ladridos y sus dentelladas), para impedir que el hombre al que ama se despose con la mujer incorrecta.
Concluirían la sesión dos ejercicios más: uno dedicado al género de vodevil, con la actriz caracterizando a una cantante de cabaret de los años treinta y cantando con buen dominio vocal a la usanza del estilo y de la época, así como un breve relato organizado en torno al género epistolar, representando su historia a través de la lectura de una carta.




Ni tan sola, sino muy bien acompañada
Noche plena y redonda. Y sin el ánimo de arrebatarle el menor ápice de sus virtudes, sino más bien como un elogioso comentario al arduo trabajo que reposa detrás de lo visto, hay que señalar que el título que cobijó a esta extraordinaria noche no es exacto.
La función se llamó Sola. Y en primera instancia cualquiera puede creer que Pilar Villanueva estaba realmente a solas con el público, sólo respaldada por su profesionalismo actoral.
La verdad es distinta pero, insisto, esta verdad no le hurta nada al gran virtuosismo de la velada.
Y la verdad es que Pilar Villanueva no ha estado sola sino, por el contrario, muy bien protegida y arropada. Ha estado acompañado de la más poderosa de las presencias: su notable dominio en el conocimiento de las estructuras de representación de los géneros y de los estilos teatrales.
En efecto, para aquellos que piensen que “improvisar” es “crear de la nada”, hay que decir que esa idea es un error.
Evidentemente, la actriz estaba en manos del azar a la hora de extraer las frases que articularían cada uno de los trabajos, pero la actriz contó, para salir adelante, con su sólido control de las estructuras estilísticas. En este sentido el elogio es todavía mayor porque Villanueva nos compartió el privilegio de ver a una actriz profesional, en posesión absoluta de todos sus instrumentos escénicos. Desde esa posición de fortaleza (para la cual se precisan años de intensa disciplina), la oficiante pudo distenderse, relajarse y jugar a placer. Para el placer de sí misma y para el placer de todos nosotros. Una noche memorable.

EN VIDEO


Fragmentos de dos de los seis ejercicios de improvisación emprendidos por Pilar Villanueva.

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