Imposible dejar pasar este festival sin acercarme a una de las estrellas del programa: el largometraje tailandés El tío Boonme que recuerda sus vidas pasadas, ganador de la Palma de Oro en Cannes, en mayo pasado. Y es que, desde la historia de redención de Takuro Yamashita en La anguila (Shoei Imamura, 1996), el cine asiático no recibía la codiciada Palma en el festival francés. Quién sabe cuántos de ustedes hayan podido verla; aquí doy fe de su belleza.
El Boonmbee del título es un rico granjero que, ya dializado y en la última etapa de una insuficiencia renal, abandona la clínica y regresa al campo a morir entre los suyos. Pero la agonía de Boonmbee será muy singular. Apenas en su primera noche casera, mientras cena, recibe dos visitas insólitas: el traslúcido fantasma de su esposa, muerta 19 años atrás, y su hijo Boonsong, perdido en las selvas tailandesas una década atrás y que ahora vuelve bajo el peludo aspecto de un Mono Fantasma, cuyos ojos se encienden de rojo en la oscuridad. Ambas apariciones vienen a confirmarle a Boonmbee lo que él ya intuye: la cercanía de la muerte puede darle un bien precioso, recuperar el legado de sus diferentes vidas.
De esta forma, con la misma avidez de todos esos “espíritus hambrientos” que habitan la espesa selva tailandesa, aquellos que una vez fueron importantes en la vida de Boonmbee quieren escoltarlo en las postrimerías de su existencia.
Lo que el director nos ofrece son muchas cosas en un solo filme: un tradicional cuento de fantasmas oriental, pero potenciado por su tono de lirismo trascendente; un chapuzón a los brumosos parajes de la fantasía asiática, totalmente desmarcada de cualquier proceso racionalizador a nuestra usanza occidental; una auténtica película fronteriza (narrativa y metafóricamente), llena de pulsiones y sugerencias desde su riquísima gama de sensaciones y, sobre todo, desde los distintos estilos ejercitados en cada una de sus secuencias, mientras el filme avanza y reconstruye las reencarnaciones que el personaje principal va recordando para sí. Es de este modo como Boonmee recorre el camino hacia la selvática cueva de su primer advenimiento al mundo en una entrañable búsqueda de raíces y de caminos perdidos, ya como hombre, mujer, animal o planta, preparando sus ojos y los nuestros “para ver en la oscuridad”. Inolvidable.

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